De la risa, nos dice el diccionario de la RAE que es
un movimiento de la boca y otras partes del rostro que demuestra alegría.
Sabemos que no solo reímos con los labios. También lo hacemos, por ejemplo, con
los ojos. Cobra la risa una dimensión interior que se transforma en sonido.
Pero también se nos advierte de que hay muchas
formas de reír. A saber, la risa de conejo, que sobreviene a algunos al tiempo
de morir, o la risa falsa, la que alguien hace fingiendo agrado, o la risa
sardónica que es afectada y no nace de la alegría interior. Podríamos añadir la
risa de hiena, la risa mordaz, la risa irónica y, en definitiva, todo eso que
llamamos risa pero que no lo es.
Se suele utilizar el tópico de la alegría patria como parte de nuestro ADN. Ha calado en muchas partes la idea de que aquí andamos siempre cantando el Viva España (y su remake futbolero oé,oé,oé), que la vida es verbena, que vivimos del cuento y del pelotazo, que nos pasamos el tiempo viendo llover y a ver si nos cae la lotería. Que todos somos o querríamos ser Bigotes, Bárcenas y Ratos de turno –sin que nos pillaran – que vivimos en los tiempos del Lazarillo y la picaresca, que preferimos la gomina y la corbata de nudo ancho al pico y la pala, que nos quejamos de vicio con una cerveza en la mano y que las aceitunas tienen hueso que escupimos para no atragantarnos.
Un jolgorio, más que
una risa es lo que parece este país, según nos ven. Publica la prensa alemana
que somos más corruptos que Portugal (será porque han detenido al ex primer
ministro), que nuestros índices de educación escolar están a la cola de Europa
(de nuevo la hiriente comparación con Portugal que nos supera; qué manía,
leche). Que nos regalan coches de lujo y ponemos cara de idiota cuando nos
reclaman, que nos plantamos en comisiones de investigación con dietas de
ejecutivo, que pagamos el bonobus con tarjetas opacas, que nos construimos
piscinas en playas privadas y vamos de ecologistas, que nos dejamos engañar por
tipos con coleta que empiezan a desdecirse antes de decir, que votamos
independencias para tapar fracasos políticos personales, que en cada esquina
hay un pequeño farsante con niño monaguillo y bigote postizo que se nos cuela
hasta la cocina.
Dicen que sí, que
España es una fiesta. Que las penas con risa pasan.
Por desgracia, no dice
nada la RAE de la risa muda, de ese gesto tan rayano en el esperpento que es el
reír por no llorar. Ese gesto entre dientes al ver
tanta estulticia. Siempre se nos dio mejor reírnos del otro
que con el otro, la burla antes que la complicidad. Provocar risa en otros
atacando, hiriendo.
Estamos llenos de
chistes sin gracia: cada vez que habla el Presidente del Gobierno o uno de sus
Ministros se escucha “me parto de risa”
Pero no se ve alegría en la boca de quien mira el televisor y escucha datos,
estadísticas, número formulados y reformulados hasta que tienen el color que
quiere quien los enumera. Lo que yo veo es crujir de mandíbulas. Risible, si no
fuese irritante, serían ciertas enunciaciones que día sí y día también se nos
venden con absoluta seriedad, como que la Justicia es igual para todos, que en
Hacienda no se firman amnistías fiscales, que seremos la envidia de Europa
(como si eso, ser la envidia fuese lo ideal. No mirar por nosotros sino joder
al de al lado). Mueve a risa floja el plan de Rajoy contra la corrupción, los
discursos en defensa de las bondades de la reforma laboral que hacen ciertos
empresarios, los eufemismos para dimisionarias ministras. Alcaldesas que se
largan de sus policías, Presidentas que despiden en diferido, chulitos que
miran al vulgo con la ceja fruncida desde su doctorado en Políticas y su
chaleco al estilo “yo no soy de estos” aunque lo sea. Mueve a risa. A risa
amarga. Como la inquina que se lanzan los parlamentarios, esos odios mezquinos
y ridiculizantes, esas diatribas que aplaude la propia bancada para humillar
sin aportar nada. Sus risas, disfrazadas de sarcasmo, no solo hieren a quien es
el receptor sino a quien las escucha (porque no dicen nada). Allá ellos y sus
gracias y eso que tanto aprecian, la mordacidad.
Otra moda penitente en
estos tiempos es la risa encolada. Esa risa de campaña electoral que se les
queda a algunos permanentemente en la boca. Como si fuesen un cartel andante
que no entiende nada. Bien está mirarse al espejo por las mañanas y vestirse el
sambenito de mártir antes de aparecer ante las cámaras. Esa risa de falsa
modestia mientras deja que otros carguen el leño y los clavos. Y mientras, los
mártires de verdad, los que esa sonrisa de postal ha dejado en la cuneta, no tienen de qué reír. Porque ser mártir
duele si tu Gólgota es pasar el mes con 350 euros en tierras de libertad y
listas unitarias. Pero eso es antiestético, estorba la risa que es jolgorio de los que se
inventan los espejismos y los paraísos.
Está luego el enfadado
profesional, el histriónico que escupe espumarajos en la tribuna, que muerde
los micrófonos y se trasforma en Isis ante las cámaras. Estos (y estas) se ríen
por dentro, se ríen y la risa se hace carcajada cuando les preguntan por su
decencia moral. La única decencia que entienden es la que les lleve directos al
parnaso de los dioses y detrás, bueno, detrás que arda Troya. Que pase lo que
tenga que pasar, si ellos ya tienen abrigo en Suiza o en Luxemburgo, o en donde
quiera que vivan ahora los dioses del Olimpo.
De la risa se salta
fácil al jolgorio. A ese humor chusco que convierte a niñatos manipuladores en
conspiradores, a estafadores mediocres en friquis que alimentan audiencias;
todo por el espectáculo de un país que ya no puede reírse de su sombra, porque
la sombra está de luto.
Y reírse en los
entierros, aunque sea entre dientes, está feo, señores y señoras.
Creo que en pocos años me he vuelto antipática porque ya nada me hace gracia y hasta me molestan los chistes banales que te cuenta el típico gracioso del grupo de amigos o que te mandan por mensaje de móvil. Admiro la inteligencia de mucha parte de compatiotras que en pocos minutos son capaces de hacer montaje de bromas superoriginales en twiter cada vez que sale Monago poniendonos en ridículo a los extremeños; cada vez que dimiten a un ministro; o que Arthur Mas diseña un nuevo gentilicio para los catalanes. Pero ya no me hace gracia casi nada. Tampoco siento tristeza ni pena. Sólo predomina la rabia y la sorpresa continua ( espero no dejar de sorprenderme).
ResponderEliminarVentaja de todo esto: tengo menos arrugas que antes en la parte baja de la cara u muchas más en el entrecejo.
Bs.
Que se lo digan a la tía Eustaquia, que no podía parar de reír en el velatorio de su marido y las hijas tuvieron que llevársela a descansar. Risa nerviosa, eso sí. Pobrecilla.
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