viernes, 28 de noviembre de 2014

¿De qué se rien?


De la risa, nos dice el diccionario de la RAE que es un movimiento de la boca y otras partes del rostro que demuestra alegría. Sabemos que no solo reímos con los labios. También lo hacemos, por ejemplo, con los ojos. Cobra la risa una dimensión interior que se transforma en sonido.

Pero también se nos advierte de que hay muchas formas de reír. A saber, la risa de conejo, que sobreviene a algunos al tiempo de morir, o la risa falsa, la que alguien hace fingiendo agrado, o la risa sardónica que es afectada y no nace de la alegría interior. Podríamos añadir la risa de hiena, la risa mordaz, la risa irónica y, en definitiva, todo eso que llamamos risa pero que no lo es.

          
             Se suele utilizar el tópico de la alegría patria como parte de nuestro ADN. Ha calado en muchas partes la idea de que aquí andamos siempre cantando el Viva España (y su remake futbolero oé,oé,oé), que la vida es verbena, que vivimos del cuento y del pelotazo, que nos pasamos el tiempo viendo llover y a ver si nos cae la lotería. Que todos somos o querríamos ser Bigotes, Bárcenas y Ratos de turno –sin que nos pillaran – que vivimos en los tiempos del Lazarillo y la picaresca, que preferimos la gomina y la corbata de nudo ancho al pico y la pala, que nos quejamos de vicio con una cerveza en la mano y que las aceitunas tienen hueso que escupimos para no atragantarnos.

           Un jolgorio, más que una risa es lo que parece este país, según nos ven. Publica la prensa alemana que somos más corruptos que Portugal (será porque han detenido al ex primer ministro), que nuestros índices de educación escolar están a la cola de Europa (de nuevo la hiriente comparación con Portugal que nos supera; qué manía, leche). Que nos regalan coches de lujo y ponemos cara de idiota cuando nos reclaman, que nos plantamos en comisiones de investigación con dietas de ejecutivo, que pagamos el bonobus con tarjetas opacas, que nos construimos piscinas en playas privadas y vamos de ecologistas, que nos dejamos engañar por tipos con coleta que empiezan a desdecirse antes de decir, que votamos independencias para tapar fracasos políticos personales, que en cada esquina hay un pequeño farsante con niño monaguillo y bigote postizo que se nos cuela hasta la cocina.

           Dicen que sí, que España es una fiesta. Que las penas con risa pasan.

           Por desgracia, no dice nada la RAE de la risa muda, de ese gesto tan rayano en el esperpento que es el reír por no llorar. Ese gesto entre dientes al ver tanta estulticia. Siempre se nos dio mejor reírnos del otro que con el otro, la burla antes que la complicidad. Provocar risa en otros atacando, hiriendo.

           Estamos llenos de chistes sin gracia: cada vez que habla el Presidente del Gobierno o uno de sus Ministros se escucha  “me parto de risa” Pero no se ve alegría en la boca de quien mira el televisor y escucha datos, estadísticas, número formulados y reformulados hasta que tienen el color que quiere quien los enumera. Lo que yo veo es crujir de mandíbulas. Risible, si no fuese irritante, serían ciertas enunciaciones que día sí y día también se nos venden con absoluta seriedad, como que la Justicia es igual para todos, que en Hacienda no se firman amnistías fiscales, que seremos la envidia de Europa (como si eso, ser la envidia fuese lo ideal. No mirar por nosotros sino joder al de al lado). Mueve a risa floja el plan de Rajoy contra la corrupción, los discursos en defensa de las bondades de la reforma laboral que hacen ciertos empresarios, los eufemismos para dimisionarias ministras. Alcaldesas que se largan de sus policías, Presidentas que despiden en diferido, chulitos que miran al vulgo con la ceja fruncida desde su doctorado en Políticas y su chaleco al estilo “yo no soy de estos” aunque lo sea. Mueve a risa. A risa amarga. Como la inquina que se lanzan los parlamentarios, esos odios mezquinos y ridiculizantes, esas diatribas que aplaude la propia bancada para humillar sin aportar nada. Sus risas, disfrazadas de sarcasmo, no solo hieren a quien es el receptor sino a quien las escucha (porque no dicen nada). Allá ellos y sus gracias y eso que tanto aprecian, la mordacidad.

              Otra moda penitente en estos tiempos es la risa encolada. Esa risa de campaña electoral que se les queda a algunos permanentemente en la boca. Como si fuesen un cartel andante que no entiende nada. Bien está mirarse al espejo por las mañanas y vestirse el sambenito de mártir antes de aparecer ante las cámaras. Esa risa de falsa modestia mientras deja que otros carguen el leño y los clavos. Y mientras, los mártires de verdad, los que esa sonrisa de postal ha dejado en la cuneta,  no tienen de qué reír. Porque ser mártir duele si tu Gólgota es pasar el mes con 350 euros en tierras de libertad y listas unitarias. Pero eso es antiestético, estorba  la risa que es jolgorio de los que se inventan los espejismos y los paraísos.

            Está luego el enfadado profesional, el histriónico que escupe espumarajos en la tribuna, que muerde los micrófonos y se trasforma en Isis ante las cámaras. Estos (y estas) se ríen por dentro, se ríen y la risa se hace carcajada cuando les preguntan por su decencia moral. La única decencia que entienden es la que les lleve directos al parnaso de los dioses y detrás, bueno, detrás que arda Troya. Que pase lo que tenga que pasar, si ellos ya tienen abrigo en Suiza o en Luxemburgo, o en donde quiera que vivan ahora los dioses del Olimpo.

             De la risa se salta fácil al jolgorio. A ese humor chusco que convierte a niñatos manipuladores en conspiradores, a estafadores mediocres en friquis que alimentan audiencias; todo por el espectáculo de un país que ya no puede reírse de su sombra, porque la sombra está de luto.

Y reírse en los entierros, aunque sea entre dientes, está feo, señores y señoras.

2 comentarios:

  1. Creo que en pocos años me he vuelto antipática porque ya nada me hace gracia y hasta me molestan los chistes banales que te cuenta el típico gracioso del grupo de amigos o que te mandan por mensaje de móvil. Admiro la inteligencia de mucha parte de compatiotras que en pocos minutos son capaces de hacer montaje de bromas superoriginales en twiter cada vez que sale Monago poniendonos en ridículo a los extremeños; cada vez que dimiten a un ministro; o que Arthur Mas diseña un nuevo gentilicio para los catalanes. Pero ya no me hace gracia casi nada. Tampoco siento tristeza ni pena. Sólo predomina la rabia y la sorpresa continua ( espero no dejar de sorprenderme).

    Ventaja de todo esto: tengo menos arrugas que antes en la parte baja de la cara u muchas más en el entrecejo.

    Bs.

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  2. Que se lo digan a la tía Eustaquia, que no podía parar de reír en el velatorio de su marido y las hijas tuvieron que llevársela a descansar. Risa nerviosa, eso sí. Pobrecilla.

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