miércoles, 12 de noviembre de 2014

Y sin embargo se mueve.




 

Anoche, mirando el firmamento con un pequeñajo como solo ellos saben mirar, es decir, con los ojos abiertos, este me preguntó  si las estrellas se mueven, por qué no están siempre en el mismo sitio. También me preguntó cómo podía ser que la luna apareciera en un sitio y luego estuviera en otro, la razón por la que a veces le falta un “trozo”, por qué es más grade o pequeña y cambia de color…Mi pequeño explorador del espacio me hizo sudar la gota gorda, porque no se conforma con generalidades ni con historias de dragones.

Esta mañana, seguía a través de la radio la peripecia extraordinaria de Rosseta, su largo viaje para posar un aparato sobre un cometa. Imagino lo que debe ser para quien entiende el mundo –nuestro mundo –como parte minúscula de algo impresionante, violento y hermoso, que está a nuestro alrededor, por encima y por debajo de nosotros. La emoción, los nervios, la expectativa, la esperanza de entender un poco más acerca de lo que somos y de nuestro origen.

Habrá quien piense que es una pérdida de recursos y de tiempo. Sobre todo aquellos cuyo único horizonte es el aquí y el ahora. Pero quizá la perspectiva sea otra si se piensa que, mientras la sonda lanzada por Rosseta busca su destino a miles de millones de kilómetros, en Asia los dos países que más contaminan del mundo (Estados Unidos y China) siguen renuentes a limitar drásticamente sus emisiones contaminantes. Hablan de cincuenta, de sesenta años vista y los protocolos de Kyoto siguen sin cumplirse. En esta misma tierra, a la misma hora, Putin coloca gentilmente un abrigo sobre la primera dama china y poco después, los chinos censuran la caballerosidad del ruso, retirando la imagen de las redes. En un mundo normal, cabría entender el gesto como un simple acto de galantería del nuevo zar. Pero quizá tengan razón los chinos mal pensantes y no les apetezca verse atrapados en temible abrazo del oso ruso, ahora que son Potencia.

Con la política nunca se sabe. Uno cree que le dicen algo pero le dicen lo contrario. Y los cándidos perecen. Se quita la primera dama china el abrigo de Putin con sonrisa cortesana y mirada de “a mí no me la pegas” y a esa misma hora, milagro, el Presidente Rajoy, que sabe mucho de subir y bajar al mismo tiempo, ofrece una rueda de prensa con periodistas de verdad (de los que pueden preguntar para tener respuestas) para decir aquello tan romano de “dura lex, sed lex” mientras en la orilla del mediterráneo ya empiezan a tejerse hopas y cofradías para sacar en Paseo de Semana Santa a los próximos mártires y santos laicos. Que sí, que saben mucho pero no saben tanto. O no aprendieron que lo de esconderse en el ahora es perderse en un agujero de gusano. El mañana llega con la misma borrasca.

Y a todo esto, en un pequeño café de pueblo,  un señor que mira su número de los ciegos y suelta aquello de que solo tiene suerte quien no la merece.

Y  yo me acuerdo de Galileo. Algún día tendré que explicarle a mi pequeño explorador que, aunque parezca que no, la tierra se mueve. Imperturbable.

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