viernes, 7 de noviembre de 2014

Con mala uva (II) : Honestidad


Cuentan de Fray Luís de León que al volver a la Universidad tras cinco años en prisión,  retomó sus lecciones con la frase “Decíamos ayer…” (Dicebamus hesterna die). Me valgo hoy de estas palabras y de la actitud que encarnan para continuar con mi repaso al diccionario donde una palabra especial, gastada por el mal uso, se esconde en el segundo tomo del diccionario de la RAE, sin que demasiados de los que la verbalizan la visiten.
Del latín, honestita, deriva la palabra honestidad. Aclara la entrada que es una palabra de género femenino y que se trata de una cualidad: la de ser honesto (en masculino) A continuación se va por los cerros de Úbeda: //pública; impedimento canónico dirimente, derivado de matrimonio no válido o de concubinato público y notorio, que se equipara a la afinidad, pero solo comprende los dos primeros grados de la línea recta.
Sin duda, fray Luis, doctor de la Iglesia, podría dilucidar con claridad el significado de dicha definición, pero a la mayoría de mortales se nos escapa el concepto; si complicado es el derecho, no les cuento el derecho canónico, aquel que regula los asuntos relacionados con la Iglesia y sus leyes.
Me hace gracia, en cualquier caso, lo de matrimonio no válido o de concubinato, público y notorio, y me pregunto cuántos matrimonios des-honestos encontramos en la vida pública: por ejemplo en la política de Partido donde importa más con quién se te ve que de quién estás enamorado, si de ascender o de soltar lastre –llegado el momento –se trata. Parece lógico pensar que uno se une a alguien por afinidad. La cuestión es si esa afinidad viene de ideas comunes o de intereses espurios (por muy comunes que sean) Hay un precioso poema de Pablo Neruda en su Memorial de Isla Negra dedicado a los senadores cuyo único papel es acudir a aplaudir al líder. Un matrimonio de honestidad probada que se demuestra con cerrazón de filas, dedito al botón cuando toca votar y hacer del Congreso poco menos que una plaza de abastos cuando habla el jefe/jefa de filas o cuando hay que abuchear al oponente. Uno siente que, en lugar de brebajes alcohólicos, deberían servir a sus señorías en la cantina parlamentaria una bolsita con frutas podridas (por supuesto subvencionadas con los fondos de cohesión de la UE) para lanzar al tribunero enemigo, al estilo de las tragedias sakespirianas. Honesto es el regidor de turno que se niega a votar la moción de censura contra su alcalde, del mismo partido, a pesar de haber sido aquel imputado por mangante, y alegar en defensa de semejante acto que uno es leal a la amistad (fuertes son las amistades que teje el mamoneo de lo público), sin ruborizarse por ello. Honesta es, en fin, la señora Cospedal diciendo que fuera del bipartidismo está el coco, la extrema izquierda, la demagogia, el caos y el fin del Mundo (del suyo, claro) y al mismo tiempo invocar la democracia como sustento de esa barbaridad (su democracia, por supuesto) mientras que la sombra oscura planea sobre ella y su partido y asegura, honesta con su matrimonio político que su partido “no puede hacer más contra la corrupción” ni meter a la gente corrupta en la cárcel. Honestas palabras, que suenan a lo que se parecen. Ustedes juzgarán. Honestos, claro que sí: consigo mismos y con los fines que persiguen.
Pero ser honesto con uno mismo no es siempre, contra lo que pueda parecer, una virtud en sí misma. Si la honestidad no tiene que ver con el otro se convierte en prejuicio, avaricia, mediocridad y simple egoísmo.
Tenemos que bajar los párpados para lo que sigue en el renglón siguiente y poder escapar de la cerrazón canónica anterior. Más llano, más del Pueblo (al que, dicho sea, se invoca, convoca y nombra sin ser más que pura abstracción en tantas lenguas) encontramos la entrada honesto, ta (observen la generosidad de género): Decente o decoroso. Razonable, justo, probo, recatado y pudoroso. Aquí, los catedráticos se hacen tan fieros con la exigencia que, volviendo a lo bíblico podemos afirmar que pocos serán los que pasen por el ojal de la aguja.
Me gusta especialmente lo de razonable. La razón, que se suele confundir con el llamado sentido común, aparece relacionada con lo justo (nadie menciona la legalidad aquí). Si para ser honestos debemos ser razonables, la cosa se complica ad nauseam. En tiempos de hipnosis colectiva, de insensibilidad ante tanto como ya ha caído sobre nuestros hombros, las voces que ponderan se pierden en el marasmo del ruido. Hoy nadie pide cordura; se exige afección, lealtad sin límites y ceguera. A la razón se la llama tibieza, a la tibieza cobardía. Pensar es perder el tiempo, se requiere actuar. Pero ¿cómo actuar con justicia si no hay ocasión para ser probo, recatado y pudoroso? ¿Cómo puede alguien que insulta, falta a la verdad, más que razonar adoctrina, llamarse honesto? ¿Cómo puede ser justo, razonable y honesto permitir que España sea uno de los países de la UE con mayor tasa de pobreza? ¿En base a qué honestidad se presentan los PODERES del Estado arguyendo el bien común? ¿Acaso son ponderados? ¿Acaso son probos, intachables en su quehacer?
Este país nuestro no es honesto. Ni consigo mismo, ni con su historia reciente y triste, ni con aquellos que se erigieron en mitos de la democracia. No son honestos los sindicalistas que roban a los parados, no son honestos los políticos que solo responden a su interés de Partido, no son honestos quienes levantan fantasmas, no son honestos los intelectuales que callan, y mucho menos los que gritan. Quizá, y eso es lo más ensombrecedor, no somos honestos nosotros mismos. Hemos mirado demasiado tiempo el oropel soñándolo, hemos callado ante las injusticias a otros en el trabajo y en la vida común. Pocos son, apenas unos miles, los que dan la cara en las calles, en los hospitales, en las escuelas, en la política, en la prensa, en las administraciones y en las fábricas. Cuando entendamos que este país, lo que sea que hagamos de él, depende de nuestra acción y de nuestra mirada, tal vez veamos un poco de honestidad, poco canónica y más honesta.
Fray Luis fue honesto con sus ideas (las pagó con la cárcel) pero lo fue con su tiempo, con sus alumnos, cuando aquella mañana dijo Dicebamus hesterna die. Porque la honestidad es, a fin de cuentas una cualidad de aquellos que jamás se resignan, que no se conforman, que tratan de ser justos, razonables y probos. Y haberlos, ahílos.  [

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