Posiblemente, una de las mayores pérdidas en la historia de la
Humanidad sea la quema de la gran biblioteca de Alejandría fundada por Ptolomeo
en el siglo III a. C. Sería equiparable a la destrucción del Prado, la
biblioteca del Congreso de EEUU, la desaparición del Louvre…Una tragedia sin
parangón. Se calcula que almacenaba cerca de 900.000 manuscritos, lo que
equivalía a buena parte del saber humano hasta entonces: filosofía, artes,
ciencias, astrología, medicina. Todo lo que la inteligencia del Hombre había
sido capaz de crear, de pensar, de sentir, se almacenaba entre sus paredes.
Las palabras escritas arden con una facilidad sorprendente. Basta con
acercar una débil llama para que el fuego se ensañe con ellas, convirtiéndolas
en cenizas, y siempre ha existido una mano dispuesta a prenderlo. Decía el califa Omar: “Si solo contiene un
Corán es inútil y es preciso quemarla. Si contiene algo más es mala y hay que
quemarla, en cualquier caso” A los pirómanos de la tinta les gusta el olor del
papel o del papiro ardiendo. Siempre hubo y siempre habrá ejecutores contra lo
escrito. Desde los tiempos de Roma, a la Inquisición, desde los
Contrareformistas a los totalitarismos, desde las cazas de brujas del MacArthismo
a la China postcomunista los libros han ardido en enormes piras de delirio y
fanatismo. La lista de los mártires de lo escrito crearía un santoral que doblaría los días del año. Desde Ipatria a Galileo, desde Salman Rusdhie a
Savianno, muchos pagan la osadía de ser ellos mismos y de escribirlo.
Las bibliotecas son las catedrales de esta religión sin más Dios que
la Cultura, son sus iglesias, sus ermitas, sus monasterios donde aún perviven
aquellos silencios de copistas y amanuenses, ese silencio sagrado que solo
rasga el pasar de páginas y, con suerte, el alborozo de niños que un día serán
los guardianes de esta tradición del Hombre. ¿De qué sirve lo escrito si no
puede compartirse? ¿Qué objeto tienen estos templos si no puede profesarse la
religión más antigua del mundo, que no es otra que la de dudar?
El Gobierno de España, supuestamente, por tanto, aquel llamado a velar
por los intereses de los ciudadanos de este pedazo de tierra, acaba de publicar
en el BOE el decreto 624/2014. Les recomiendo que lo busquen y lo lean
(tranquilos, la burocracia nunca arde) detenidamente. En esencia, dice que las bibliotecas
tendrán que pagar un canon por préstamos a los usuarios. Con el lenguaje
alambicado y arcaico (por muerto, no por clásico) de la administración, ustedes
encontrarán una puya al corazón mismo de
la razón de ser de las bibliotecas. Y lo más ofensivo en el argumentario (por
falaz e hipócrita) es alegar el derecho a los autores a percibir derecho de
regalía. Digo falaz e hipócrita porque este Gobierno no se molesta en combatir
la piratería de obras y le importa poco, nada y menos, proteger el derecho a la
propiedad intelectual y a sus autores (salvo para sangrarlos con impuestos). No,
esto es mucho más grave. Es la continuación de una política consensuada para
destruir la base cultural de esta sociedad que ya se inició con la desaparición
de la Dirección General del Libro, que siguió con los recortes presupuestarios
en los departamentos de Cultura (también en los autonómicos), que se acentuó
con el incremento del IVA cultural, con la subida de tasas universitarias, etc,
etc, etc.
Ahora le llega el turno a las bibliotecas. Y la cerilla se acerca.
Nada se dice de quién cobrará ese canon, ni si su beneficio se reinvertirá en
comprar fondo de libros. Todo queda en ese limbo magnífico en el que se mueven
tan bien los incendiarios.
La Cultura no le importa a este gobierno. Aún es más, apuesto a que se
aborrece esa libertad de acceso a lo escrito. Mejor ciudadanos adocenados, que
leen poco y aún leerán menos, y solo aquello que les metamos por la boca. El
hombre que no piensa es esclavo. Y el pensamiento está ahí, en los libros.
Destruyamos pues, ese camino. El Gobierno de este País no cree en la Cultura,
repito, no invierte en campañas de lectura, no incentiva los planes de lectura
en los colegios, no educa a sus niños en la duda. Ahora, ustedes pensarán que
soy alarmista, que veo conspiraciones. Yo les auguro que no está lejos el día
en que, sencillamente, las bibliotecas sean templos vacíos, donde camparán los
buitres de la ignorancia. ¿Luego? No se preocupen, vendrán a buscar los libros
a sus casas, registrarán sus anaqueles, los sacarán a los patios y verán
alzarse las llamas.
Pero hay algo que ellos no entienden. Nunca lo entendieron. Por más
que esparzas las cenizas, el viento las dejará siempre en la puerta de tu casa.
Háganme caso: si en algo estiman su libertad, vayan a sus bibliotecas, a sus
librerías. Aférrense a los libros. Porque las palabras escritas no desaparecen
a menos que se seque la tinta.
Y aún así perdurarán como una cicatriz seca de lo que fuimos.
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