jueves, 21 de agosto de 2014

Para no sentirte solo


Días atrás me enviaron un cuestionario- entrevista para contestar.  Entre las preguntas estaban las comunes, las obligadas, las necesarias y las que despertaban verdadera curiosidad en el entrevistador y en el entrevistado, en este caso, yo. Una de ellas, no por repetida, me hizo reflexionar: ¿Qué le dirías a quien quiere ser escritor? El formato no me permitía ir más allá de algún concepto, siempre equívoco e ineficaz por incompleto y subjetivo. Por eso escribo esta entrada, para desarrollar mi propia reflexión.

No sé qué es ser escritor, y sería un hipócrita o un cínico si afirmase lo contrario. Incluso leyendo a Pavese sigo sin tenerlo claro. Sé, como dice el genial escritor, que hay un vertido de cosas que conozco de mí, pero  hay más suposiciones y sospechas que certezas. No sé qué poder tiene la palabra,  ni  si aferrarme a ella es un destino elegido como quien levanta la idolatría a una quimera. Tal vez no exista ese poder que yo le concedo. Como todas las religiones, también la literatura es un acto de fe. A veces me pregunto si no sería mejor callarme, vivir en ese magma de impresiones que son más ciertas cuanto  más inconcretas. Hay algo que se muere cuando atrapo una impresión y la coso al papel. Una petrificación, un estatismo de cosa fosilizada. De pasado.  Y sin embargo, cuando la punción es insoportable, las palabras traicionan el silencio y brotan. Y al verlas plasmadas existe un instante de esperanza, de verdad que rápidamente se difumina.

No tiene que ver con el genio o el talento, no exclusivamente al menos. Se necesita el atributo del coraje. Coraje para embarcarte en una lucha fantasmagórica en pos de una victoria que no se sabe exactamente en qué consiste. Contar tu verdad, escribió Sabato. ¿Qué verdad es esa? ¿A quién le puede interesar? El mundo está lleno de verdades que terminaron desenmascarándose como meras falacias. Y sin embargo, debes llenarte de tenacidad para seguir creyendo en lo que haces, superar el propio descreimiento en tus fuerzas que habrá quien alimentará gustoso, solo por el divertimiento de destrozar sin ofrecer nada a cambio. Tener que asumir con rapidez la modestia ante los que alcanzaron lo que buscas y la arrogancia necesaria para no dejarte avasallar por tanto imbécil. Mantener el equilibrio entre la autoestima y el pudor vergonzante de saber todo lo que te falta. Huir de los grupitos, de las galerías de espejos engañosas que te apartarán con lisonjas o desprecios de tu objetivo. Sacudirte con fiereza las risitas, los comentarios, los halagos, los ataques, para no dejar de escuchar esa voz que te acompaña. Dentro y fuera. Mirar el mundo con serenidad, la malevolencia, la estupidez, la envida, la imposibilidad, tener la grandeza para ver la sabiduría en otros, la honestidad, la diligencia, el verdadero objetivo que comparten contigo. Solo y acompañado.

Deberás hacer todo eso, y aún así, ni siquiera tendrás un minuto de respiro. Nadie te podrá garantizar tu porvenir, como añade Sabato. Si fracasas, fracasas tú. Si triunfas, otros te pusieron ahí. En cualquier caso, ni fracaso ni triunfo tendrán nunca la verdad absoluta, una mezcla tumultuosa de casualidades, equívocos, comentarios, opiniones que nada tienen que ver, o poco, con lo que escribas. Así de azaroso es el camuflaje de este mundo. No deberás quejarte ¿a quién? ¿para qué? Volverás a aguantar lo justo y lo injusto entendiendo que no hay justicia o lo contrario. Y te sentirás solo en cualquier momento, rodeado de gente, quizá en el momento más álgido de tu ascenso, y notarás la tristeza de esa soledad.

Pero si perseveras, un día, en cualquier parte, oirás una palabra, encontrarás una mirada de camarada, una sonrisa anónima, un roce de cariño, un estrujamiento solidario, y te darás cuenta de que existe eso que llaman felicidad. Sentirás esa anhelada presencia del otro, del que, al otro lado de lo que escribes, es como tú. Te entiende, te quiere,  te respeta.  Y descubrirás que eres un puente, donde transitan de orilla a orilla gentes que te encontraron como camino a través de tus libros. Sabrás entonces lo que es el éxito de verdad: que otros escuchan tus gritos, que lean entre líneas tus intenciones, que te digan que no estás solo. Ellos, los que conoces y los que ignoras, te auparán, no como un monumento de barro, sino como un hombre entre sus pares. Y aunque sea un instante fugaz, cada uno de esos instantes te hará sentirte eterno. No te dejarán caer en la complacencia ni en la derrota. Te ayudarán a ser más libre. Si existe la libertad.

Vence la desilusión, vence el desaliento. Vence tu propia vanidad. Y escribe.

Quizá, solo lo pienso, sea esto a lo que llaman ser escritor.

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