Me pregunto de qué tonos pintaría el genial pintor la geografía de
esta España nuestra; qué emoción subjetiva llevaría al lienzo. Quizá, al vuelo
de lo que ocurre en estos tiempos en el tuétano de este sistema en juicio, se
fijaría en la etapa oscura de Goya. Y quién sabe si, de sus obras más oníricas
y terribles, no sería la de Cronos devorando a sus hijos la más inspiradora.
La verdadera profundidad de este desmayo colectivo, de ese horror
sordo, se hace evidente y doloroso cuando la ilusión ya no prevalece. Ninguna
falacia, por necesarias que estas sean,
se sustenta en cuanto hemos perdido toda fe en los símbolos que la crearon.
Suenan extemporáneas las llamadas a la decencia en quien no es decente, la
invocación de la Democracia en quienes la pervierten con su latrocinio, el
escarnio y la burla a la opinión pública en quién ni siquiera puede sostener un
discurso digno, el retorcimiento bizantino de leyes que solo son vara cuando a
quien las promulga les conviene, y goma cuando hay que estirarlas para que
quepan sus comportamientos.
Pero que nadie se llame a error, la corrupción solo es llevable cuando
a nadie afecta en apariencia, como la carcoma no se toma en serio hasta que el
mueble se pudre. Los corruptores, en otro tiempo llamados triunfadores, envidia
de los mediocres que sueñan con dejar de serlo a fuerza de gomina y maletín y
cacería y tarjeta de empresa con sede en Suiza, ya no son el modelo. Se
detestan sus pelos engominados y sus trajes de cuatreros, se celebran sus
cementerios de ladrillo, monumento a su ruina, se les espera con ansia en
furgones policiales y cárceles. Ya no cortamos cabezas, no hay guillotinas
(aunque lo nuestro era el garrote), solo esperamos verlos pudrirse en una
celda. En cuanto a los corrompidos, a esos que se enseñorean de su cargo o su
función, que se diluyen entre las filas prietas de un partido, un sindicato o
una sociedad mercantil, sus llamadas al respeto de la ley, sus declaraciones
altisonantes de inocencia y persecución, provocan tanto hastío como antes
indiferencia. No se les exigirán dimisiones. Quien será cesado, si los ciegos
no quieren ver y los sordos no quieren oír, es el sistema que ellos han
convertido en un barco de cuadernas podridas.
Quizá de Staël encontraría matices en este cielo que pesa como una
losa. Atisbos de luces ciruela, reflejos brillantes, pequeñas gotas de color
que salpican el manto. Gente modesta, pero gente que, después de todo, seguirá
aquí cuando pase la tormenta.
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