domingo, 22 de junio de 2014

Yo también espero a los bárbaros.

Hace algunos días charlaba con mi editora sobre el panorama literario desde mi punto de vista como escritor. Comentamos nombres, títulos recientes y no tanto y Silvia mencionó a Coetzze, el sudafricano premio Nobel del 2003. No había leído ninguna de sus novelas, pero tomé buena nota.
Unos días después, mientras firmaba ejemplares en la caseta de la librería Antonio Machado en la Feria del libro de Madrid, tuve tiempo para charlar con uno de los libreros y le pregunté por este autor. Me recomendó leer "Esperando a los Bárbaros".
Hay tantísimas cosas que conocer que por muy curioso que sea, por mucho que quiera, no puedo descubrirlo todo. Tiene que ocurrir que una, dos o hasta tres veces algo se cruce en mi camino para que finalmente le preste atención. Es injusto, y yo mismo sufro como escritor ese proceso de selección, quasi aleatoria; pero así son las cosas. Podría lamentarme por no haber descubierto antes a este escritor, pero prefiero congratularme por haberlo leído ahora.
Desde las primeras páginas experimenté una corriente de solidaridad con su escritura, con un universo doliente disfrazado de lirismo que comparto. En un mundo inconcreto, sin mencionar, en una frontera cualquiera y en un tiempo indivisible, el choque entre la Civilización y la barbarie son inevitables. La Historia se escribe con hombres que aplastan a otros hombres en aras de una Verdad universal: el vencedor siempre tiene razón. Y si no la tiene, no importa. Cuenta con la mayor razón de todas, la fuerza. La fuerza física y la fuerza de conocer a los semejantes, la capacidad de asustarlos, manipularlos, instaurar la inseguridad en sus vidas y la convicción de que solo el Poder puede salvarlos de un peligro que Él mismo ha inventado.
¿Somos realmente así o es una exageración fruto de la mente calenturienta de un escritor? ¿Cuántas veces he escuchado en boca de otros, a veces unos otros que se supone tienen capacidad de juzgar con sentido, si no era yo demasiado duro, si no llevaba mi imaginación a extralimitarse? ¿Nos asusta tanto reconocernos en lo que vemos? ¿No somos, acaso, nosotros los bárbaros?
¿No es un salvaje el que teniendo capacidad crítica decide renunciar a ella y delega en otros el propio pensamiento? ¿No es un bárbaro el que acepta engañarse, vivir en esclavitud, a cambio de una promesa de felicidad que sabe de antemano falsa? ¿No es loco el animal que ansía más de lo que necesita, el que inventa sus propias cadenas y se encierra solo en la jaula sin que el amo tenga que forzarle a ello?...¿No somos nosotros los bárbaros, acaso?
Ni siquiera el gentil Magistrado está libre de esa lacra bárbara que es la autocompasión, la justificación en otros de todo el mal que presencia. Lúcido, cruelmente lúcido, Coetzee no hace componendas con los supuestos civilizados, los que no quemarán sus libros, ni los míos, ni los de cualquier otro, aquellos que invocaran la Cultura como un subterfugio de honradez de fariseos.
El verdadero Hombre libre nunca necesitará pisar a un semejante para alcanzar su logro, sencillamente porque su logro está en él mismo, en el éxito improbable de su existencia única. La verdadera Civilización se parece mucho a esa frontera que describe el Sudafricano, ese espejismo a caballo que el Magistrado y sus soldados persiguen sin alcanzar nunca y que terminará engullendo al Coronel y a sus huestes aguerridas sin presentar ni siquiera batalla, sino por la simple y sencilla fuerza de lo evidente. Todo estaba aquí antes que nosotros, pequeñas, complejas y neuróticas micro vidas. Y todo seguirá cuando una de esas tormentas de hielo y polvo, la definitiva, arrase con lo que fuimos y nuestras pirámides de egos y arrogancias.
Quedarán vestigios perdidos y enterrados en el desierto, algunos libros, páginas desperdigadas, pinturas que se salvarán milagrosamente, incluso el eco de melodías que parecieron extraordinarias. A eso le llamará alguien vestigio de una Civilización. Se harán elucubraciones de su grado de gobierno, de sus leyes, de su moneda, de su arquitectura, de sus guerras y sus tratados, de sus sistemas económicos, de sus locos intentos de segar la tierra y secar los mares y surcar el cielo y conquistar las cumbres. Se hablará de sus dioses y sus templos, de sus gladiadores y sus cárceles, de su crueldad y su altruismo. Escribirán la historia otra vez y será una historia de muertos que los niños repetirán en las escuelas y los amanuenses copiarán una y otra vez en libros.
Pero de los bárbaros, de aquellos que nada construyeron porque todo estaba construido, que nada dijeron porque estaba todo dicho, de aquellos que encendían sus hogueras en las noches de San Juan, de los que se amaron abrazados por orillas pacíficas y murieron sabiendo que eran peregrinos, de todos ellos, nada quedará.

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