Por fin el último día aparece un día radiante en Gaillac. Me apetece dejar todos los documentos, las grabaciones y las fotografías que he estado estudiando estas semanas. El sol incita a pasear y a relajarse un poco antes de la clausura esta noche de mi estancia, con una lectura y un pequeño coloquio. Camino hacia la Abadía guiándome por el curso del Garonne. Parece que los ríos y los caminos tienen un simbolismo recurrente para mí; me ayudan a pensar, a tranquilizarme y a ver las cosas sin el peso de pensamientos confusos. La rivera del río está cubierta de árboles (creo que son eucaliptos) que se reflejan en el agua de tono verdoso, con los campos al fondo y un cielo punteado con nubes claras. Parece el momento ideal para que un pintor impresionista se acomode y tome apuntes. Los arcos del puente nuevo me hacen pensar en los españoles que vinieron a construirlo. Poca gente conoce esa historia aquí, como pocos saben que a unos dos kilómetros en dirección a Brens hubo un campo de concentración disciplinario, un campo exclusivamente de mujeres donde se juntaban españolas "rebeldes" que protestaban contra la separación de sus familias en Argelèrs, polacas, alemanas, francesas y también judías. Bajo Petain, sesenta de esas mujeres fueron deportadas a los campos de exterminio de Alemania.A favor de la ficción está que, precisamente, no es Historia. A un escritor no se le puede exigir veracidad (lo que ocurrió) sino verosimilitud (lo que podría haber ocurrido). La ficción no es historia. La Historia, su estudio, es una ciencia que se fundamente como tal en el análisis de datos concretos y hechos objetivables. Más tarde, ciertamente, esos datos serán interpretados de un modo u otro en función de la visión que sobre ellos pose el investigador. La ficción, por contra, es perfecta para recrear lo que la Historia no puede: la emoción. Como escritor, yo puedo, quiero, sumergirme en el proceloso mundo de las historias que he escuchado más allá de los datos, puedo contrastar los relatos con las fechas y los estudios y constatar sus incoherencias, y eso no me importa: yo no busco una certeza histórica; busco una certeza vital.
Si no fuera escritor, no podría escribir sobre lo que he sentido al tener en mis manos una carta manuscrita, escrita en diciembre de 1949 por un condenado a muerte que días después fue fusilado en Barcelona, cuyo cuerpo sigue sin aparecer. Más allá de las fechas y los datos objetivos que esa carta encierra, está la letra picuda, el temple en el pulso, la sangre fría para pedirle a su mujer cosas nimias: mantén la relación con mis padres, el testamento está en tal cajón, cuida que las niñas no falten a escuela...Consejos y temple que se rompe al final con una posdata, como si en el último segundo le faltaran las fuerzas y se delatase su tormento, una posdata escrita en letra nerviosa, en línea descendente con tres palabras: te quiero, te quiero, te quiero...
Para la Historia, esas palabras no son datos. Para la ficción lo son todo. Precisamente porque son reales.
La verdadera emoción que persigo no es el patético discurso de una desgracia, ni siquiera las lágrimas que afloran en quienes escucho y de las que procuro huir. No es la pasión de un odio anclado en pasados agravios. Aprender a escuchar es aprender también a saber lo que es cierto y lo que es desiderativo (que no mentira), discernir un camino útil entre tantas pasiones para "explicar" una historia. La ficción es limitada en el tiempo y en el espacio por la propia forma del relato, y eso me obliga a ser coherente, a que todo tenga un principio, un desarrollo y un final comprensibles, cuando en la realidad, a menudo todo es disperso, confuso e inabarcable. Desde la emoción, repito, puedo acercarme a estas personas y sus historias y darle un valor añadido al relato frío y necesario de los datos, las fechas y los lugares.
Por todas partes suenan otra vez las patrias y las banderas. Siempre suenan las trompetas en los tiempos del miedo. Yo, hombre libre, me declaro insumiso ante esta Historia de los Pueblos que solo es patrística, que solo es cronología, mito, verdad o invento. Me rebelo contra cualquier memoria inventada como coartada para excluir al otro. Porque esa Historia miente, la cuente quien la cuente si no tiene en cuenta a los hombres y mujeres que la pueblan. ¿Tan difícil es abrir los ojos y mirar? ¿No es posible construirse a uno mismo sin destrozar al otro? ¿No podemos convivir en paz?
No hablo de conceptos morales. Hablo de la Ética. Pero, quizá, eso sea motivo para otro viaje a la memoria que todavía no estoy preparado a iniciar.
De todos los poetas, quizá sea Machado quien mejor habló de lo que es la memoria. Un camino que no existe, un camino que se hace al andar. Resulta paradójico, y triste, pero evidente que el gran poeta de la paz esté enterrado en una tierra extraña que le recibió solo para verle morir.
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