domingo, 2 de marzo de 2014

¿Qué nos pasa?

Uno de los méritos que me gusta valorar en otros escritores es la capacidad de escribir el silencio.
Parece a priori una contradicción pero no lo es tanto si lo analizamos con detenimiento.
El silencio es la ausencia de sonido, desde luego, pero puede ser algo mucho más poderoso y evocador que dicho sonido.
Hay, a mi modo de ver, dos tipos de silencio. El que otorga, el que dimite de opinión o forma y abdica de su derecho a expresarse. Este silencio es estéril como el viento que rasea sobre un campo yermo. Lo he notado muchas veces en medio de un ruido atronador, disfrazado de comedia y palabrería. Pongamos por caso de este silencio abdicante las tertulias televisivas, o el reciente debate sobre el Estado de la Nación. Escuchemos atentamente ¿Qué oímos? En realidad, absolutamente nada. La retórica nació como ejercicio de la inteligencia en la Antigua Grecia. Aquellos que aspiraban a altas dignidades debían dominar el arte de saber expresar con precisión sus argumentos. Más tarde a la retórica se sumó la oratoria que añadía a la retórica el gusto estético. Es decir, había que expresarse con claridad pero de forma hermosa. De la retórica y la oratoria también puede derivarse la alharaca, el exceso verbal, el lerrouxismo, la demagogia sin mira intelectual. Parece que estamos en ese tempo.
Pero eso repito, solo es silencio huero.
Hay otro tipo de silencio, sin embargo. es el silencio del que habla Albert Camus en su libro "El Hombre Rebelde" libro que, por cierto, os recomiendo encarecidamente. Ese silencio, que no por callar otorga, es el de la desesperación. Las personas razonables dan por sabidas las cosas que consideran elementales: esto es la Civilización, la Cultura, la Inteligencia. Por tanto, el silencio se rompe cuando es necesario para debatir, elegir, colegir y llegar a acuerdos prácticos. No se considera necesario derrochar verbo en lo que se da por aceptado y consensuadamente sabido. Ocurre entonces que de repente la semántica, el léxico, el vocabulario empieza a ser distorsionado, secuestrado por los que más gritan. El abuso vacía de contenido, y así el fascismo es cualquier cosa, la democracia es cualquier cosa, la corrupción es cualquier cosa, las mentiras más burdas y absurdas se erigen en una verdad incuestionable. Y el hombre razonable calla, atónito, porque nunca pensó que se llegaría a este nivel de bajeza. Difícil discutir con un imbécil que, además de serlo, es sordo.
¿Significa eso que ese silencio otorga? No. Definitivamente. El hombre abrumado piensa, el hombre desesperado se prepara, el hombre sin futuro nada tiene que temer.
 El Hombre Rebelde va dejando que la conciencia de su condición de esclavo le llene por completo, aturdido por los golpes continuos de los amos empieza a decirse que no debe soportar más. Hasta ahora, tolera tanto porque le cuesta creer que lo que está sucediendo es real, y la chispa que le hará saltar no es la injusticia que se comete contra él mismo, sino contra su semejante. Ocurre que lo que nosotros soportamos no lo toleramos para otro.
Es entonces cuando el Hombre rebelde toma la palabra y con la palabra llena de contenido la acción, desborda lo que se creía de él y ya no tolera sino el Todo.
Esta lección en todas partes del Mundo (desde Túnez, cuando un hombre se sacrificó para levantar a un pueblo, hasta Ucrania, estos días) es ignorada por quien cree ilusoriamente que vive en el silencio de un cementerio llamado España, o Cataluña, o Europa, qué más da. Pero se equivocan, esta Sociedad no está muerta. Solo empieza a salir de su aturdimiento.
El discurso del resentimiento, y vuelvo a Camus, es corto de miras y perjudicial para una Revolución real. Es egoísta, es mentiroso, porque lo único que justifica su acción es la afrenta, es devolver el daño sufrido por el contrincante. Es una dicotomía falsa, donde lo opuesto es lo mismo (mirad el discurso de nuestros políticos, o el nivel de discusión sobre el proceso Soberanista, o las cuitas intelectuales entre escritores, o...)
La verdadera Revolución es la de la inteligencia, la de la emoción común, la de superar este estado de shock para desvelar una tras otra las trampas de nuestro futuro. Desmontar con la palabra cada rostro embustero, romper el silencio para decir a dónde queremos ir, y a dónde vamos a ir, sí, o sí. Una sociedad no es de izquierdas o derechas cuando eso no es más que discurso vacío. Modelos distintos, discutibles, pero bajo la única premisa inamovible e irrenunciable. El derecho del Ciudadano Libre no explotado por otro semejante. 
La verdadera revolución es volver a mirar atrás (sin memoria no hay revolución, escribe Camus)
Pero  ¿a dónde mirar?
A la utopía:  a la cueva del principio de los Tiempos, hacia aquel amanecer en el que un hombre que aún no tenía conciencia de serlo salió de la oscuridad, miró el horizonte de una Tierra por explorar y se llenó el corazón de confianza para empezar a andar.
Eso o el silencio de los muertos.

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