Entre Argelèrs sur-mer y Colliure no queda ni un solo
alambre de espino, no hay mantas roídas, no queda rastro de las cabañas que los
exiliados construían con lonas cavando en la arena para enterrarse en ella, ya
no hay guardias del ejército colonial.
La estampa es
hermosa, una postal de pueblos de costa en invierno: playas desiertas, el golfo
de León de un azul mate, el cielo sin nubes y a lo lejos el mítico Canigó con
sus cumbres nevadas. Sentado en un promontorio veo las barcazas de pesca
bordeando la costa, las velas latinas azotadas por la Tramontana, las casas de
veraneo cerradas. Encuentro una pequeña cabaña que se abisma al mar y me
cuentan que su dueño se fue un día a pescar y no volvió, se lo llevó el mar.
Las tragedias cotidianas.
Pienso que estas playas son como la memoria. Algo que si no
se cuenta, parece no haber existido. Y me pregunto mientras me peleo con el
mechero y el viento para encender un pitillo por qué nos empeñamos en el
discurso de la memoria, por qué me han invitado a participar en este recuerdo
colectivo de la Retirada del 39. Soy joven, mucho más joven que esta costa y
sus lamentos, y sin embargo mi mirada no puede ver lo que ve, sino lo que otros
me cuentan que fue. Soy como Sara, la niña de “Respirar por la Herida”, también
yo me empeño en escribir en la playa gris de Argelèrs un nombre y una fecha, a
pesar de que una y otra vez las olas que se remansan lo borran.
Dice mi querido amigo Alfons Cervera que la memoria no es Pasado
sino presente, que lo ocurrido no importa porque en realidad sigue ocurriendo.
Ahora, mientras busco con ansia el vestigio de las historias que me cuentan, imagino
(no: veo) miles de personas hacinadas aquí, veo sus manos agarradas a las
alambradas, sus rostros azotados por la Tramontana, sus miradas de perdedores,
de vencidos y humillados, de injusticia, y pienso en esos hombres jóvenes y
mujeres, en esos niños que saltan las vallas de nuestras fronteras con África,
veo sus manos heridas por las cuchillas, veo su rabia y su ira. Pienso en los
campos de Gaza, en Siria, en Mali…Puede que mi amigo Cervera tenga razón. La
memoria es el Presente.
O puede que solo sea la obstinación de no olvidar, como Sara
cuando escribe ese nombre que el mar borra sin que su gato de juguete entienda
su insistencia. Necesitamos inventar la memoria, darle una coherencia y un
sentido que probablemente no existe como tal, sino es en la emoción de quien
necesita ser escuchado. Porque lo único que les queda a los olvidados es la
palabra, su única victoria ya es conseguir que alguien les escuche y les crea,
que los hijos y los nietos aprendan a mirar estas playas con otros ojos, que escuchen
los lamentos, los cantos, la muerte y la vida que se esconde entre los rugidos
de la Tramontana.
Me ahogo con tanto silencio, con tanta emoción contenida,
con tanta pena escuchada en bocas muy tristes y cansadas. Pero al mismo tiempo
siento una fuerza y una energía nuevas cuando me invitan a escuchar las viejas
canciones, las escucho en sus gargantas y siento que están vigentes. Me admiro
con historias de supervivencia, de hermandad, de acogida, de honor. Poco
importa si fueron así o no; así es como ellos las sintieron. Como Odhete, la
pintora que me muestra sus cuadros de lo que una niña francesa de diez años
veía en las playas de su infancia, su relato de aquellas personas que le pedían
que les trajera pan. Pinta cuadros donde detrás de las alambradas solo había
sombras, pero la bandera, fuera de la valla ondea nítida (también la mística se
necesita para sobrevivir)
Recorrer los espacios reales que he utilizado para escribir
me acongoja, escuchar y reconocer a personas que he retratado con palabras me
hace sentirme ridículamente incapaz. Tal me sucede al acercarme al castillo de
Colliure, cuando pedimos ver las celdas de los prisioneros republicanos y me
contestan con un escueto “no es política del Consejo hablar de esto” Me ofende
la ignominia como si yo mismo hubiese estado aquí y me negaran el derecho de
volver sobre mis pasos. Tal vez Cervera tenga razón, tal vez la tengamos los
dos cuando decimos que las palabras son dañinas o falsas cuando se les niega la
Dignidad. Dignidad y Utopía, no es mucho lo que un ser humano necesita para
sentirse tal. Por suerte, mi querido Gildas se crió aquí y este castillo y sus
sótanos eran el campo de sus juegos, sin él saber lo que aquí pasó. Logramos
sortear unas puertas y me lleva hacia los sótanos, bóvedas frías y oscuras,
idénticas a entonces, tan estrechas que apenas pasa el alma. Qué quietud, qué
dolor se anida en mi corazón y ya no me abandonará en mi estancia aquí. Recojo
una piedra del campo de armas y la guardo en el bolsillo. Sé que es absurdo, pero
pienso que unos pies descalzos y mugrientos la pisaron, y cuando me marcho a
casa, al cruzar de Perpignan a Figueres la saco y la acaricio, y luego la dejo
en casa. Hay muchas formas de vencer, y la única no es la victoria.
Gracias a los amigos de Torcatis por su alegría, a los hijos
y nietos que quisieron compartir conmigo sus silencios, al grupo Memoria por
sus canciones, a Alfons por su lucidez y a Gildas por permitirme ser uno más
entre tantas sombras.
Me voy con la imagen de la tumba de Machado y con la placa
metálica que adorna a sus pies, legado de los sorianos que hicieron suyo al
poeta: Uno no es de dónde nace a la vida, sino de donde nace al corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario