
La prudencia, por contra, se convierte en defecto cuando se
hace un "pepe grillo" que habita en nuestro cerebro con una
calculadora en la mano, sopesando la oportunidad en función de los réditos o
los perjuicios que un posicionamiento o una opinión puede causarnos en determinada
coyuntura. Los cobardes, a menudo, se consideran prudentes, cuando son en realidad
timoratos, oportunistas e hipócritas. Nadar y guardar la ropa es una opción
como cualquier otra, menos suicida si se quiere. El problema viene cuando, al
soplo de los vientos hay quien se alinea con ellos haciendo una profesión de fe
que están lejos de sentir como suya. Callar suele ser una virtud, excepto en
los momentos en los que se necesita hablar.
Diferenciar lo uno y lo otro en una misma actitud me parece un
barómetro adecuado para calibrar la honestidad intelectual y vital de las
personas que, tengan relevancia o no, expresan sus opiniones en foros públicos.
Vivimos un tiempo muy propicio para los debates, y no tanto para las opiniones
meditadas. He aprendido a distinguir a esa especie de halcones que sobrevuelan
la realidad con una mirada de rapiña, personas rápidas de reflejos que saben de
qué lado ponerse, lo mismo en una mesa de debate sobre literatura que frente a
cualquier problemática social. Personas que dominan el arte de hipnotizar con
el "digo pero diego" sin que se les mueva una sola pestaña de su
conciencia.
En la vida, todos tenemos opinión, todos tenemos pareceres, todos
expresamos voluntades. Eso nos confiere personalidad y criterios propios. La
pena es bastardear los ideales por intereses espurios, fingirnos una cosa y a
la mañana siguiente otra, servirnos de la cultura para encumbrarnos allá donde
nuestros méritos no nos llevan, renunciar al compromiso personal por un minuto
bajo el foco de la gloria.
Allá cada cual en elegir su camino y la forma de andarlo. Pero
bien haríamos todos los que escuchamos en masticar lo que se nos dice, cómo se
nos dice, quién nos lo dice y por qué se nos dice.
Dejo una última reflexión, que puede ser errónea, que puede estar
equivocada o contaminada por mis propios prejuicios, pero que por alusiones, y
desde el respeto, quiero responder: en mi opinión, un escritor lo es por lo que
escribe y no por las opiniones que vierte más allá de lo que escribe (eso le
convierte en ciudadano, pero no en escritor), y poco importa si lo hace desde
una visión social u otra, en una lengua u otra. La literatura se defiende a
ella misma de los impostores con la vara insobornable del tiempo. Uno no es
mejor que otro porque grite más, en un idioma u otro, porque busque el amparo
de las Instituciones o por erigirse en adalid de causas propias o ajenas que le
granjeen la popularidad de los suyos y las palmaditas en la espalda en forma de
ventas de libros o presencia en los medios. Ni siquiera lo hace mejor o peor
ser muy conocido, leído o vendido. Ni lo contrario. Quien se refugia en el
victimismo, en el ego herido, quien busca enemigos en las sombras, se
empequeñece a sí mismo y empequeñece a los que le rodean.
Hay que huir de una atmósfera maniquea, del si te mueves no sales
en la foto, de la autocensura y el miedo, pero también de la vanagloria
estúpida, de la estridencia y los numeritos teatrales. Hay que hablar para
escuchar, para cambiar los paradigmas de la realidad. No para inventarnos
entelequias.
Uno es escritor cuando escribe.
Toda esta reflexión, me viene a manos llenas tras acabar de ver
una excepcional película que les recomiendo: "Good" del actor Vigo
Morterssen. Una fábula sobre el papel que juegan los intelectuales en el
soporte de los regímenes Totalitarios, y cómo a veces, queriéndolo o no,
también los escritores acaban sucumbiendo a la manipulación y a su propio
ego, traicionando la verdad de sus silencios vertidos en palabras escritas.
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