martes, 7 de enero de 2014

La noche del Nadal


Ayer, Día de Reyes, fui invitado a la cena de los Premios Nadal. Desde que recibí en casa ese cartoncito dorado con mi nombre, sentía un cosquilleo parecido al que se siente cuando se es niño y se escucha la algarabía de la Cabalgata de los Reyes Magos acercarse. Una noche de magia, de caramelos, de regalos encima de la mesa.
 Me hacía ilusión estar en uno de esos eventos importantes, por lo que significa, por la historia y porque entre otras personas, estaba mi admirada Ana María Matute.
Llegué puntual, y muy pronto me vi sumergido por una corriente de personas, comentarios, murmullos, fotógrafos, cámaras y todo lo que, imagino, acompaña a uno de los premios decanos de las letras españolas.
Pero si estaba un poco más nervioso, no era por ser un recién llegado a estas cosas. Era porque quería verla y escucharla a ella.
La vi sentada en un sillón antes de la cena, en el cóctel de bienvenida, con una copa de cava, mirándolo todo con esa perspectiva de un pintor que ha pintado muchas veces ya ese mismo cuadro. Esa mujer irradia un poder luminoso y pacífico, algo que te atrae a sentarte a su lado y escucharla, o simplemente a compartir su silencio mientras a su alrededor las burbujas de un mundo sobre el que su mirada resbalaba se iban disipando una a una. Debería haber sido más valiente, apartarme educadamente del círculo en el que estaba para acercarme a ella...y ¿qué decirle? ¿Qué la admiro? Ella no necesita mi admiración ni yo necesito verbalizarla. Baste que así sea. Matute encarna una generación de escritoras valientes, cultas, cuidadosas en las formas y en los fondos. Sin estridencias, sin rendiciones, entregada a una vida de contar y pasar.
Tal vez Carmen Amoraga fuese consciente de eso cuando Ana María le entregó el galardón al Nadal 2014. Quizá esta valenciana que ya conoce lo que son estas galas acarició esas manos de sarmiento a las que ya le quedan pocas palabras y muchos pensamientos, imágenes que  probablemente ya no necesiten ser dichas o escritas, sino más bien retenidas con celo para sí y su recuerdo.
Me gustó la alegría de Amoraga, su derecho a defender la escuela pública de calidad, su reivindicación en una esquina de ese vestido que su padre debió ver en televisión. La escuché, la aplaudí, pero sentado en la mesa, rodeado de personas del mundo de la literatura, de la prensa o de los negocios, no dejaba de admirar los grandes salones del Ritz (o Palace, como prefieran), las lámparas de cristal y el contraste de las pantallas de televisión donde se sucedían imágenes de pasados ganadores con los espejos de pan de oro y me preguntaba cómo era todo esto cuando en la década de los cincuenta, una radiante Ana María Matute se asomó por aquí a recoger su Nadal, o que sintió Miguel Delibes, qué dijo cuando le tocó a él. Se me ocurre que estas paredes que yo conocí cuando hacía crónicas políticas para Servimedia han visto y escuchado todo tipo de cosas. También cosas hermosas. Y yo estoy aquí, atento a la simpatía de un camarero que me explica porqué hay una haba en el roscón de reyes. A derecha e izquierda comparto mesa y cena con personas que hastyas hoy me resultan desconocidas en su mayor parte. Pero nada como compartir cena para que la gente se acerque con amabilidad. Eso es lo que percibo, son amables conmigo, quieren que me sienta cómodo y yo se lo agradezco. Disfruto una conversación con una editora sobre qué le mueve a editar, con un empresario hecho a sí mismo desde una familia numerosa y un barrio popular, con un gran periodista y escritor que tiene la virtud de plantear cosas complejas con sencillez...de verdad que lo disfruto, pero a ratos, mientras asiento y sonrío, vuelvo a la imagen solitaria de Ana María, a su silencio expectante y tranquilo.
Entre políticos y famosos, entre flashes y apretones de manos, me escabullo con los últimos aplausos a los ganadores, busco mi abrigo, apretones de manos y buenas venturas para el futuro mientras encaro esa puerta giratoria que me devuelve a la otra realidad. Necesito caminar Gran Vía arriba, fumar un pitillo y desabrocharme la corbata. Soy feliz, después de todo. La noche de Barcelona aún brilla con luces navideñas, y yo he tenido el privilegio de cruzar mi mirada con una de las mejores escritoras españolas del siglo pretérito. Y hasta que ella quiera.
Sí, este es el Nadal de Carmen Amoraga y se lo merece. Pero para mí, mi primer Nadal será ya en la memoria en el que vi a una dama blanca alejarse en silencio con la ayuda de su asistenta y perderse en un coche tras las luces de una noche que ya no vuelve.

2 comentarios:

  1. Me alegré cuando supe que lo había ganado ella. Los dos libros que he leído de Carmen Amoraga me han encantado. Libros duros, pero al mismo tiempo cargados de sensibilidad

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  2. Es una escritora que me gusta. Tiene una voz muy clara y al mismo tiempo poética.

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