domingo, 9 de junio de 2013

Aprendiendo en la adversidad

La fiesta se vuelve menos rutilante cuando se encienden las luces de la sala.
Procuro escapar de ese momento de tragedia donde se hacen demasiado evidentes los platos de plástico con colillas aplastadas y restos de pastel, las copas de cava con restos de carmín y rostros que se deshacen como la mantequilla tras una noche de furores bailongos. De repente, la música ya no es ese dragón mágico que te hace girar sobre un punto de luz en la pista, transportándote a esos lagos insondables que asoman de tanto en tanto, después de tres gin-tonics. El mundo vuelve cuando el neón giratorio cede a la insobornable luz de los fluorescentes y suena la hora de la despedida.
Pero yo ya estoy en fuga, he escapado hacia el amanecer en el aparcamiento, a tiempo de ver una estrella fugaz desaprovechada. Me ha cogido sin deseos que pedir.
Y pienso que en nuestras vidas hay más momentos de fracaso que de éxito, al tiempo que contemplo ese desfile de adioses con las gasas de los vestidos que caen sobre hombros cansados, besos con pintalabios que querrían buscar bocas y encuentran mejillas. Pocas veces salen las cosas como deseamos, y no estamos preparados para la decepción. Entiendo esas miradas que se refugian en la punta de zapatos que aprietan demasiado, cuellos desabrochados, corbatas flojas, pasos lentos sobre la gravilla.
La gente tiene miedo y ese miedo se alimenta con las inseguridades de los otros. Es inevitable la impresión de cargar con una losa sobre los hombros: "me han despedido después de treinta años en la empresa" "mi marido me engaña con otra y cree que no lo sé" "mi jefa es una psicópata" "mi hijo se marcha a estudiar a Londres porque aquí no tiene futuro"...Uno asiente, y busca esa expresión de empatía en la penumbra de una farola, sentado en el capó del coche con ganas de consumir ese pitillo de última hora en soledad imposible. "Las cosas son como son, no pueden cambiarse" Y uno vuelve a asentir, pensando en el fondo qué inmaduros somos, cuánto se ha aflojado nuestra voluntad a base de decirnos y convencernos de que éramos los reyes del Mundo y que el Titanic esta vez no se iría a pique. Nos refugiamos en el papel de víctimas y nuestro índice busca como una antena telúrica cualquier culpable al que señalar.
Cuando nos iba bien, cuando bailábamos ahí dentro, eufóricos,  nuestras certezas resultaban inalterables.
Quizá deberíamos recordar de tanto en tanto que ser uno mismo es más importante que ser los demás, que la propia opinión es la última palabra y no la de los otros. Buscar dentro certezas con las que afrontar las adversidades, superarlas y vencer las propias limitaciones, por encima de las excusas.
Reaccionar ante la frustración es lo más difícil. Siempre es más cómodo navegar con viento de cola, pero cuando llega la marejada es cuando hay que estar a la altura, ponerse a prueba. Hay una parte de los propios fracasos que compete al individuo  y la única manera de revertirlos es la crítica serena y constructiva para con uno mismo. Asumir que el entorno puede ser desfavorable (que lo es), pero que se puede poner en marcha toda esa capacidad de lucha, todos los recursos de la voluntad para subvertir dichas circunstancias.
Nos enseñan desde niños a escapar del dolor, del sufrimiento, como si negándolo este dejara de existir. En realidad, negando las evidencias nos hacemos un flaco favor. El dolor, como el goce, forman parte de una misma moneda. Del mismo modo que el placer no puede hacernos hedonistas, el dolor no debe convertirnos en amargados sin horizonte. Mirar la realidad para transformarla, bucear en esa parte nuestra de incredulidad para emerger de otra manera, es la única solución posible. Aceptar sin renuncia que el dolor y el sacrificio son escuelas de aprendizaje para levantarse y reafirmarnos en nuestro propio camino. Hay que tener entereza, capacidad de superar el dolor y la frustración, firmeza y pocos complejos para ser aquello que querríamos.
Nadie nos roba la vida, solo dejamos que nos la tomen prestada.
No se trata de superar un mal momento, una decepción. Se trata de trabajar cada día, cada minuto, por aquello que anhelamos, sea lo que sea, sin renunciar a lo que creemos. Sin escuchar cantos de sirena, agorerías o disparates. Mirar la oscuridad, penetrar en ella y buscar la luz que nos saque a flote, siendo otros. Apretar los dientes, dejar atrás el quejumbroso mundo de las apariencias y la bisoñez.
Mencionaba el otro día Sánchez Dragó el libro Sagrado de los Mayas: "cuando tengas dos caminos, elige siempre el que tenga corazón. No te equivocarás"
Puede que sí, puede que no. Pero es una frase que, mientras se va apagando la fiesta, hace que esos rostros cansados que me dicen adiós se difuminen en el amanecer, mientras pienso: NO, esto no es lo que hay. La realidad sigue siendo hermosa, aún después de encenderse las luces y acabarse la música.
Me gustaría que volviera esa estrella fugaz. Ahora que sí tengo un deseo que ver cumplido.
 

2 comentarios:

  1. Y que razón llevas. Siempre nos es más fácil buscar excusas, ver lo negativo y seguir en nuestra caverna, esa que no tiene luz, esa que nos protege.
    Luchar.
    La lectura del texto me ha reconfortado en esa lucha. Espero algún día salir de nuevo de la caverna y ver el sol.
    Un abrazo.

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  2. Un abrazo David. Aunque nos intenten paralizar con el miedo, uno siempre termina encontrando dentro esa determinación que creía olvidada.

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