
Sí, las piedras se acuerdan de todo. También de los momentos de inspiración, de aquellos discursos que alguna vez debieron levantar encendidos aplausos y pasionales adhesiones. Debe hacer mucho de eso. Otro tiempo.
Pienso en los bedeles con librea empujando a esas voces incómodas, antidemocráticas dirán, fuera del Congreso. Su papelón de antidisturbios sin cascos ni porra para desencajar de la veranda esas manos que se aferran con fiereza para decir lo que tienen que decir. Estos bedeles que pierden cada año sueldo, como los policías que guardan fieles la sombra de los leones.
Intento entender si en esas piedras del Congreso se pueden cobijar las risas y los chistes de este tiempo bufo, esta puerta que lentamente se está abriendo a un tiempo nuevo y tenebroso, donde esperan agazapados los populistas, los demagogos, para ocupar de un golpe los escaños de una voluntad popular que corruptos , incapaces y cretinos les están sirviendo en bandeja.
Me pregunto si las protestas de los honrados que ocupan un escaño en esas paredes forradas de oropel encuentran eco en sus compañeros, o si cunde entre ellos el desánimo del funcionario que tiene miedo hasta del aire que respira.
No lo sé. Una vez toqué esas piedras, las de la voluntad popular que ya no lo es si es que alguna vez lo fue, y solo sentí su tacto frío, su rugosidad de muerto fosilizado.
Vuelvo a mi terraza, el pequeño rincón donde escribo tantas insensateces que quiero convertir en historias. Toco sus paredes familiares, un pequeño murete de ladrillos con verdín. Las siento vivas, mis palabras escritas están tatuadas en ellas, recordándome lo que alguien escribió antes que yo en ellas. Ellos no tienen el Poder. Solo tienen el miedo a perderlo.
Quiero creerlo. Quiero confiar en el arruyo de este lugar mío, donde llegan las voces de hombres y mujeres que gritan, que ya no están dispuestos a callar.
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