viernes, 30 de noviembre de 2012

Montpellier y las frágiles fortalezas

¿Por qué viajamos? ¿Qué nos hace abandonar el confort de nuestro entorno para adentrarnos en lo desconocido? En mi caso las respuestas están en el descubrimiento. Inicio cada viaje como un explorador, con un mapa en mi cabeza que se irá modificando sobre el terreno. Me estimula la posibilidad de lo imprevisto. El descubrimiento de lugares, de momentos y de personas que de otro modo muy probablemente no conocería.
Regreso a casa (y mi casa cada vez tiene paredes menos sólidas, lo cuál me gusta) después de unos días en Montpellier. Me ha venido bien esta huida, justo a tiempo para aislarme un poco de fronteras, elecciones e ideologías que a veces llegan a saturarme. Desde fuera puede encontrarse la pausa necesaria para pensar sin el griterío alrededor. Y al volver, algunas ideas están más claras. Por ejemplo esta, que parafraseando a Miguel Hernández, me repetía paseando por el bello casco antiguo de esta ciudad: "Mi Patria está en mis zapatos" y yo le añado: mi patria es mi recuerdo, un paraíso artificial que inventó mi memoria, cuyos límites están en los juegos de la niñez y las esperanzas del adolescente. De lo otro, de las patrias de los otros, que sean los otros los que hablen.
Me he encontrado un tiempo desapacible, y quien me vino a recoger a la estación me afirmó con una media sonrisa: te traes detrás la lluvia. Será. Pero incluso con el viento rompiéndome la jeta y llevándose el paraguas inútil de mi acompañante, me sigue gustando esta ciudad universitaria, los nudos de raíles de los tranvías, la Còmedie, la catedral y los bistrots donde hay estufas y toldos para que los pecadores no muramos de pulmonía mientras vamos muriendo por la nicotina.
Algo se me alegra dentro al subir hacia la Sala Petrarca, en un convento del siglo XV, y escuchar el acento y las voces de estos galos que he empezado a admirar y a querer a través de lazos afectivos cada vez más firmes. Cuando alguien se alegra de verte con el corazón se le nota en la mirada, y eso se lleva el cansancio del viaje.
He descubierto a un escritor valenciano, pero casi aragonés, casi castellano, casi todo y casi nada como Alfonso Cervera, hombre de su pueblo, habitante de su memoria y la de sus trescientos paisanos. Antes de conocerle había leído Maquis. Ahora lo he leído a él. Tiene Alfonso la nariz afilada tanto como sus ojos, oscuros, aunque estos menos amenazantes, al contrario. Melancólicos, acalmados por lo visto, como su voz, como sus argumentos, como sus citas y sus parafraseos siempre a punto y siempre certeros. Alfonso escribe como habla, como se mueven sus manos al tomar el micro, como se pone y se quita su sombrero y dice "Joder con el puñetero frío":  pausado y pacífico, seguro de lo que dice porque cree en ello. He aquí un escritor. He aquí alguien a quien me apetece escuchar.
Luego está Gildas, escritor de Perpignan que se ha metido en la aventura de nuestra memoria reciente por intuición. Mientras me invita a un pedazo de pizza y me ahorra las explicaciones pidiendo por mí (mozzarella y un poquito de jamón) me cuenta que fue un catalán afincado en Marsella quién le habló del silencio que siguió al exilio. Gildas es un hombre de campo, orgulloso de sus olivares (fabrica su propio aceite y lo comercializa); ex marino mercante, le menciono los versos de Alberti y sonríe con bonhomía. "Mais oui, un marinero en tierra" que escribe sobre nuestro pasado. Gildas tiene ese punto de contención que da la agricultura, esa aceptación de que no todo depende de uno, aunque hay que trabajar para que el destino no te traicione con una lluvia o una sequía a destiempo.
La charla tenía la duración prevista de una hora. Dos horas y media después, ahí seguimos, debatiendo, y ahora es el público, muy numeroso el que toma la palabra y nos cuestiona, nos interpela o sencillamente cuenta su historia. De eso se trata: en todas partes hay susurros deseando convertirse en voces...y a poco que pueden, en gritos. Historias de nietos que buscan el pasado de unos abuelos que optaron por el olvido para seguir viviendo.
Me emociona la presencia de una señorita venezolana, nada menos que hija del poeta Rafael Cadenas, premio NAcional de lieratura en Venezuela, fuerza de la poesía venezolana, que se me acerca con un libro de su padre dedicado en agradecimiento por la lectura de la Tristeza del Samurai. Sus "Dichos" y otros poemas publicados por Pre-textos, me acompañarán en las largas horas de regreso y me llenarán los paisajes de una música que sólo está en mi cabeza y en sus versos.
Y mi último descubrimiento, el pintor Nicolas De Stäel en el museo de Montmatre, esa mezcla de impresionismo y conceptos quasi abstractos, los azules y los grises de la Bretaña, los negros y rojos de París...De Stäel se suicidó diez años después de empezar a pintar, y pintó durante ese tiempo frenéticamente, hasta quedarse vacío. Mientras pasa la tarde frente a uno de sus cuadros pienso en la triste historia de Modigliani.
Vuelvo lleno de descubrimientos, pues: un escritor, un poeta, un pintor, un paisaje cambiante, y algunas cosas que no cambian.
La crisis ataca a mi amiga Sophie y a su librería, ese espacio mimado hasta el detalle donde cada libro parece necesario dentro de ese pequeño lugar que huele a página y madera. Si imagináis un lugar de equilibrio perfecto, ese lo es.
 En esa calle de pequeños comerciantes, su amiga Maita, los chicos de la pizzería, todos están con el agua al cuello, pero sonrientes, dispuestos a luchar hasta el final, apoyándose,  aunque acabarán perdiendo, dicen con sonrisas cansadas, (yo espero que se equivoquen, porque esa calle estrecha, que bien podría llamarse la calle de la alegría,  merece sobrevivir). Si pasáis por Montpellier, preguntad por "Un Jardin de livres" en la calle Ferdinand. Entrad allí. Y disfrutad de lo que es vivir un sueño apasionadamente. Pienso, ahora en mi amigo Alfonso de la librería Mayte, de Gracia, en Paco de Negra y Criminal, en la Barceloneta,  en JC de Tonnet en Pau...¿Por qué ser libreros, cuando uno puede enriquecerse defraudando o comprando bancos en quiebra a un euro?...Cuando entro en estos lugares, les entiendo. El reino de los libros es su cielo y su infierno.
Volveré pronto, tenemos promesas por cumplir, y más lugares que explorar.

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