lunes, 24 de septiembre de 2012

Entre la razón y la emoción

No puedo evitarlo. Les juro que lo intento, pero me es imposible aislarme de toda la matraca diaria que nos envenena el sentido común. Me decía una buena amiga hace unos años que el ser humano necesita desconectarse de la realidad de vez en cuando para permitirse respirar. Respirar, equivale en este caso a vivir, a tomar conciencia de la microrealidad que nos envuelve, a nuestros pequeños o grandes problemas personales: nuestro trabajo, nuestra economía, nuestra familia, nuestra salud. El mundo es tan grande -me decía esta amiga -y tiene tantas complejidades que nos colapsamos si intentamos comprender su mecánica.
A veces fantaseo con la posibilidad de pegarle una patada al televisor, me juro y perjuro que no voy a leer según qué editoriales de prensa, que no voy a entrarle al trapo al sabelotodo del bar dónde me tomo mi café matutino; incluso me emociono con la idea de escaparme un tiempo a un desierto, hacer el camino de Santiago o encerrarme en una cueva hasta que la tormenta pase. Pero lo cierto es que la tormenta no pasa, que para bien o para mal soy un ser del siglo XXI (interconectado por mil fibras imposibles de disociar con mi entorno), un ser global, de modo que la inopia no es una vacuna; no para mí.
Ante esta imposibilidad de autoaislamiento, queda la opción de tratar de ser racional. Eso es lo que nos enseñan en la escuela primaria: el raciocinio es lo que nos distingue de los animales, lo que justifica la existencia de esa masa gris que atesoramos en el hueso craneal: nuestro amo y esclavo; el cerebro. Siendo racional, debería interpretar la realidad como lo hace una computadora, analizar los datos, contrastarlos de manera lógica, sopesar pros y contras, formular conclusiones y actuar en consecuencia. De ese modo, nos seguían adoctrinando en la escuela, el caos revierte en orden, la angustia y la tensión desaparecen y todo es asumible; aceptable cuando menos.
Vistas así las cosas, debería aceptar con actitud hierática de filósofo griego que lo que está ocurriendo en el mundo no es nada que no haya ocurrido antes o que vaya a ocurrir después: las civilizaciones caen, los modelos sociales se derrumban para dar paso a nuevos órdenes. Como estudiante de Historia nada de esto debería escandalizarme. Tampoco la asunción racional de la condición humana: somos organismos individuales de una debilidad evidente, de modo que la fuerza de supervivencia de nuestra especie radica en la unión de esfuerzos, en formar una masa compacta donde el yo se diluye en el todo. ¿Han visto esas imágenes de los pingüinos en el Ártico?Se aprietan unos contra otros en un inmenso círculo para protegerse del frío. Los más fuertes permanecen en el centro abrigados por los más débiles, que deben soportar los vientos helados en la periferia de dicha masa, esperando que alguien se mueva o logren echarle para ocupar su lugar. Oportunistas. Ya ven, pues, nada nuevo. Tampoco son nuevas las ideas de que el ser humano es violento, egoísta, que necesita del dominio sobre los demás. El hombre como lobo para el hombre es un concepto usado hasta la saciedad.
Visto de modo racional, repito, el comportamiento de los políticos españoles, catalanes, europeos, o chinos no difiere de esta senda natural. Y el silencio, más o menos clamoroso según el grado de hartazgo, tampoco. Que la empresa Appel se valga de subcontratas en Taiwan que explotan a niños de 16 años, doce horas al día, seis días a la semana, por 189 euros al mes entra dentro de esa lógica que dice que para que yo estrene un Iphone (o lo que sea) alguien se tiene que joder en alguna parte del mundo. Yendo más cerca: uno puede tener un vecino al que le importe una mierda que tengas que madrugar; está en su casa y si le da la gana de poner el sorround a toda leche, tiene derecho a ponerlo ¿O no?
Sí; cuando uno es racional, mira al cielo por la noche y sonríe. A quién narices le va a importar ahí arriba lo que hagamos estos pobres insectos flotando en una piedra cósmica, cada vez menos azul. Nos vamos a morir, y ya está.
Vale; pero resulta que de repente, toda esa calma sufí salta hecha añicos cuando aparece en las noticias de televisión española la delegada del Gobierno (de qué Gobierno? ¿El de todos?) y amenaza con la espada de Yavhé a los que se atrevan a rodear el Parlamento, mezclando de antemano grupos de ultraderecha y sandeces por el estilo. Uno se pone rojo de rabia cuando ve a un grupo de trescientos y pico señores diputados recluidos en la Carrera de Sn Jerónimo, como si fueran los últimos de Filipinas, protegidos por vallas y un ejército de agentes de Policía (esos funcionarios a los que les quitan sueldo, condiciones laborales y se vilipendia desde el mismo gobierno) de la turba. ¿Esto es la Francia de 1789? Somos los Sans Culottes al asalto de la Bastilla? Y tirada la razón y el raciocinio al cubo de la basura con los desperdicios reciclables, me disparo ya con preguntas ¿Esto es la Democracia? ¿Para esto sirven unas elecciones?¿Esta gente de ahí dentro, a quién representa? ¿A los trabajadores, a las pequeñas pymes y autónomos, a los que han sido robados por los bancos con las preferentes, a los deshauciados de sus casas? ¿O sólo a los que se piensan que la política es poco más que jugar al Monopoly?
Enfadado, primitivo, colgando de árbol en árbol y aullando sin rastro ya de humanidad, despotrico en el café con el sabelotodo que es de la última bandera que llega, le lanzo una soflama sobre la estupidez de los seres humanos que no ven más allá de sus narices,  mando a la mierda al contertulio lameculos de las mañanas en la autonómica que va de pastor de ovejas descarriadas con ese cutre traje de atrezzo, y le planto a mi vecino a todo trapo "The Show must go on" de Queen hasta que la casa amenaza con reducirse a cimientos. El tipo me mira como si estuviera loco y me dice que tengo un problema de "sociabilidad" ( habrá leído la palabra en una revista de autoayuda y le gusta cómo suena)
Sí, no soy muy racional. Pero es que a veces -querida amiga bienintencionada - ¡sienta tan bien ser un poco más emocional!

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