martes, 28 de agosto de 2012

Para variar

No es que tenga ganas de llevar la contraria, ni de convertirme en una sombra disonante en este maravilloso y soleado parque dónde todo el mundo grita y se hace oír con chascarillos, comentarios y análisis, más o menos mordaces y más o menos ingeniosos, serios o inteligentes. Para variar, yo no voy a hablar hoy de los políticos.
Hoy quiero hablar de nosotros, los peones de la partida de ajedrez: esos pequeños cabezones que el jugador envía sin miramientos al sacrificio con el único objeto de abrir brecha en las defensas contrarias.
Deberíamos admitir que ellos (habría que buscarle contenido a ese pronombre) son, sino más inteligentes, al menos sí más listos que nosotros. Porque hay que saber mucho de psicología de masas, de Sociología, y de control del Poder para que estén haciendo lo que hacen sin que apenas se escuchen más que bravatas y tibias protestas. Y como intuyo que el noventa y tantos por ciento de nuestros políticos profesionales (jeje) no han leído El Príncipe de Maquiavelo, y acaso no conocen quién es este señor (podrían hacer el experimento y preguntarle, por ejemplo a la señora Presidenta de la Comunidad de MAdrid) cabe deducir que no es que esta caterva de impostores sea más lista o esté mejor preparada; la triste realidad es que conocen sobradamente, como conocía el lazarillo a su señor, cuáles son las miserias, las podredumbres y los instintos más bajos de un pueblo que desde la meseta al Cap de Creus, pasando por el Golfo de Vizcaya y asentándose en el Teide, es, en palabras de un viejo nazi: "un pueblo de hidalgos sin imperio" Ni siquiera la corrupción se disfraza de cierta sofistificación. Aquí nos va la jarana y el chanaleo, preferimos que nos roben tipos graciosos y futboleros, nos va la marcha con los Gil, los Julianes, las folclóricas, los Ruiz Mateos, los Bigotes, y los tipos con un aspecto engominado de macarra de baratijo con trajes pagados. No nos importa que un miembro de la familia Real se dedique a compungirse en público afirmando que piensa defender su honor hasta el final, aunque se utilicen fundaciones para niños con el objeto de defraudar impuestos. Nos gusta vociferar pidiendo penas de muerte para desalmados, insultar al que no piensa como nosotros, y si se puede, darle un par de bofetones a un árbitro casero.
Sí, todos sabemos lo que pasa, hasta le estamos cogiendo asquito a esa alemana con cara de amargada: Ahora nos enteramos de cosas insólitas: la prima de riesgo, los mercados, las preferentes, y los rescates para los bancos. Somos así de listos, lo sabemos todo. Hace unos años, el más tonto hacía lápices dándo consejos entre carajillo y carajillo de cuando comprar y vender acciones de Telefónica.
No nos importaba que las paredes medianeras de las casas fueran de papel de fumar, que el aire acondicionado prometido en el prospecto publicitario no existiera o que la piscina comunitaria nunca llegara a construirse, tragábamos con las imposiciones de los constructores y las promotoras, chorizos que exigían un diez, un quince por ciento en negro para poder comprar una vivienda. Y cuando nos tocaba vender, chuleábamos a los amigos con nuestras plusvalías, como si fuesemos un Florentino cualquiera.
Ahora eso se acabó. Los chistes de los políticos ya no nos hacen gracia. Será porque nos quieren hacer volver al chapo, a doblar el lomo, y nosotros nos hemos ido creciendo, como hacen los niños malcriados.Nunca preguntamos porqué cuando las cosas iban de otra manera. Y ahora se nos ha quedado cara de tonto, y no sabemos reaccionar. Hemos dejado la puerta abierta de nuestra dignidad para que todas las instituciones de este País entren a tumba abierta a robarnos lo que, en realidad, nunca fue nuestro.
Listos estos banqueros, estos jueces y estos políticos. Nos conocen como si nos hubieran parido.
O no.

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