domingo, 19 de agosto de 2012

Días de silencio

La imagen de una maleta a medio hacer sobre la cama es una metáfora poderosa. Uno nunca sabe qué llevar consigo y de qué prescindir. Qué libro, qué ropa, cuánta. Más tarde, cuando llegue al destino, siempre echaré de menos cosas que entonces creí prescindibles, y en cambio me reprocharé haber traído conmigo cosas que ni siquiera saldrán de la maleta. Es fácil dejarse llevar por los silogismos.
Pero lo único cierto es que la carretera está ahí, esperando. Y eso genera un run-rún en el estómago. Nos vamos porque esperamos encontrar algo que aquí no tenemos. ¿Qué? Paisaje, descanso, alegría, reencuentros...En mi caso, silencio. No ausencia de palabras, sólo ausencia de pensamientos, la quietud del tiempo que de pronto deja de ser un ponderante tiránico, olvidar que la mañana y la noche tienen su ciclo de obligaciones. Eso y la carretera. Me gusta conducir, y la perspectiva de diez horas recorriendo paisajes me anticipa una calma que añoro. Soy un enamorado de las road movies, de las áreas de servicio en medio de la nada, de las canciones en el cd del coche que casi nunca tengo tiempo de saborear. Me gusta saber que voy a alguna parte (Córdoba, la Córdoba de Abderramán, el Guadalquivir y el origen de los ojos de mi mujer) pero que no tengo prisa en llegar. Me gusta mirar por el retrovisor y ver cómo queda atrás el asfalto agrietado de las carreteras secundarias, y delante un horizonte lleno de rincones en los que poder detenerme. Mis mejores experiencias las tuve siempre en la carretera, atrevesando pueblos bajo la mirada de gente que se pregunte acaso a dónde vas, de dónde vienes. Un café con leche en vaso, un afiche colgado en una pared, un acento seco, como el polvo que me espera.
Dejo aquí mi ordenador, y mis libretas, y mis diccionarios. Dejo aquí estos mundos de escritor que orbitan en mi cabeza sin darme descanso. Hay que vivir para sentirla, como escribía Márquez. Y cuando vuelva, el verano será algo que va pasando, y de nuevo estaré dispuesto a ir a dónde me pidan para alimentar mis ilusiones. Ya pensaré entonces en lo que soy, en lo que quiero, y acaso regrese con un poco más de lucidez. Pero eso no importa, con tal de que al volver, la alforja de mis ojos esté llena de buenos momentos.
A la vuelta, si la hay, llenaremos de palabras lo que ahora tan sólo son esperanzas.

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