miércoles, 18 de julio de 2012

Tertulia Negra y Criminal

Tiene la Barceloneta esa mezcla de barrio frontera, como si sus calles fueran la metáfora de esta ciudad que se pinta la cara para parecer guapa y joven, pero que envejece por dentro sin remedio. Se cruzan miradas las turistas norteamericanas en bikini con los yonkis de siempre, los que nunca llegaron a esnifar coca en los baños de un garito de moda. Lo suyo sigue siendo el pincho, la esquina que huele a orines de perro y las escaleras del aparcamiento.
Andan los yates al lado de las barcazas pesqueras, los edificios de apartamentos looft con los viejos pisos que se vienen abajo. El olor de los restaurantes y el olor de las cremas solares.
Y en medio de esta isla donde lo moderno y lo viejo confluyen, donde parece que conviven pero en realidad fingen no verse estos dos mundos, hay un núcleo que perdura, auténtico.
Tienes que ir con cuidado para no perderte, no es muy visible, apenas una bandera (roja y negra?) colgando en la fachada y unas contrapuertas verdes, abiertas como un párpado que ve pasar a los transeúntes del carrer La Sal con curiosa indolencia. La librería de Paco y Montse. Negra y Criminal. Nada que ver con los templos modernos y asépticos. Aquí todo es abigarrado, el espacio, el aire, los estantes de libros, la mesa donde se amontonan los pedidos. Hay una trastienda sin puertas, una frontera difusa marcada por un tablón de recortes periodísticos y fotografías de autores a las puertas de este cenáculo. Uno siente vértigo al ver a los profesores de la fe de esta camiseta blanca y negra. Están todos los grandes del género. Y también los demás. Este lugar pequeño no entiende de rankings : aquí se lee. Y el privilegio que te otorga colgar en este corcho es tu obra.
Caben diez, doce sillas, y la puerta debe permanecer abierta. Para que el mundo vea cómo se confabula, el terror de este tiempo: hablamos de libros. Hoy del mío. Paco a mi derecha controla su silla para que la pata no se quede atrapada en una rendija. Abajo, en el piso inferior hay un sótano y yo pienso en una fosa de leones.
Doce personas, todas mujeres, un sólo hombre. Libro en ristre. Me miran, no me conceden nada por el hecho de estar allí. El privilegio es del autor, el juicio del lector. Ellos lo saben, yo lo sé, y me sumergo con gusto en sus idas y venidas, escucho porque no me hablan a mí, hablan entre ellos. Discuten sobre la realidad, y yo sonrío por dentro. Lo he conseguido: he conseguido que los personajes de la novela salten de las páginas y se metan en sus vidas, incordiando, doliendo, o emocionando.
Me marcho con la sensación de que mi piel está en su sitio, los huesos enteros. Charlamos un momento con Paco, sus gafas colgando con una cinta sobre el pecho. Hasta Septiembre.
Sigo el ruido de las gaviotas, hacia el paseo. Está anocheciendo.
La gente en las terrazas mira el mar.
Yo no puedo evitar mirar hacia atrás mientras me alejo. Ahí sigue, ondeando la bandera en la fachada. Los porticones ahora cerrados.
Sonrío.

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