martes, 12 de junio de 2012

Algo tendremos que ver

Si uno fuese dado a la tragedia griega, a lo homérico, tal vez este sería un buen momento escénico para cortarse las venas o para quemarse a lo bonzo delante de la oficina de cualquier entidad bancaria, frente a cualquier organismo público o, los más dados al vouyerismo y la exhibición, frente a una ristra de cámaras de periodistas ávidos. Pero eso no serviría de nada, no estamos en la época ni en el país adecuado para este tipo de sacrificios individuales en aras de una reclamación de la propia dignidad. Con un gesto de ese estilo, lo más que conseguiría el dramático sería hacer fruncir la nariz al político, banquero, empresario, funcionario o juez de turno que ordenaría a algún lacayo que cerrase la ventana para no escuchar los gritos de agonía y que no se le llenase el despacho con el olor a chamusquina (todos sabemos lo mal que huele la piel quemada)

Si uno fuese un delirante, a lo filofascista, buscaría entre los gurús alguien con verbo fácil, timbre firme y mirada enfebrecida. Votaría a los partidos de extrema (da igual de qué extremo) y empezaría a macerar su odio en un cubículo donde alguien envenenaría la sangre con la ponzoña de las mentiras: la culpa siempre es de los otros; hay que hacer limpieza, y la limpieza significa cavar agujeros, preparar gasolina para las hogueras y listas interminables marcadas con una cruz. Podría ese energúmeno pensar que de todo esto se sale votando partidos como uno llamado "Nueva Aurora", armándose con bates de béisbol y gritando (si puede ser salpicando de saliva al oponente) más que nadie, hasta que le sangren las encías con sus ladridos de perro loco. Pero eso tampoco serviría de nada. Los que mandan, esos señores que adoptan el disfraz de jinetes del Apocalípsis en forma de Mercado, sonreirían desde sus altas torres de marfíl, alentarían incluso ese odio, y sonreirían viendo cómo el populacho (osea, nosotros) nos despedazamos, y su sonrisa sería la de un padre benevolente que piensa que tiene un hijo demasiado tonto para dejarle la brida suelta. Llegado el momento, ordenarían a sus huestes reestablecer el orden, y nosotros, aterrorizados, aceptaríamos cualquier cosa con tal de volver a pasear por las calles un poco tranquilos.

Quedan los ciudadanos corrientes, los que no saben mucho de economía pero sí tienen sentido común y un cierto grado de decencia. Cosa que les falta a los líderes (¡') que hoy nos encarnan.
¿Cómo puede en este País mentir alguien y jactarse de ello como ha hecho Rajoy?
¿Cómo puede atreverse Rubalcaba a lavarse las manos como Pilatos, como si él y su Partido no tuvieran responsabilidad?
¿Qué cojones (perdón) pintan Zapatero y su ministra de economía en el Consejo de Estado cuando nos han hundido hasta el cuello?
¿De qué se jacta ese tipejo que se dedica a jugar al pádel y a cobrar de un corrupto como Murdoch, cuando fue él quién inició este descalabro con la ley de liberarización del suelo?
¿Quién se cree ese Magistrado que se cree por encima de la ley porque su cargo le hace creerse impune? (Acaso no lo es?)
¿Porqué no están los banqueros pagando sus deudas ante la sociedad y ante la ley?
¿Porqué hay que tenerle respeto a un político embustero y corrupto?
¿Porqué, en definitiva, no decimos de una vez que lo que hay en este país (España, Cataluña, qué más da...) es una crisis de valores mucho peor que la crisis económica: un país donde la palabra vale menos que un escupitajo en el suelo, donde la gente decente es considerada imbécil, donde medran en lo público ladrones de la peor jaez, donde se permite que los bancos que debemos sostener echen a la gente a la calle sin que el gobierno haga nada, donde uno se pone una toga para darse la gran vida sin que nadie le tosa mientras otros servidores públicos entregados a su vocación viven el escarnio de sus propios compañeros.

No podemos ver la corrupción como algo inevitable, empezando por nosotros mismos y acabando por el Presidente del Gobierno. No podemos seguir tolerando la mentira institucional, ni la queja permanente, no podemos seguir con este grado de individualismo que nos va cercenando lentamente. Es hora de recordar que el Pueblo no es el objeto de la Política, sino su sujeto. Es nuestra la responsabilidad de devolver la decencia a lo Público.
Mientras no tengamos conciencia de nuestra fuerza, y de nuestro deber como ciudadanos, seguiremos soñando con ganar la Eurocopa (lo cuál, quede dicho, tampoco estaría mal)

1 comentario:

  1. La verdad de tus palabras, es la verguenza de quienes han olvidado que donde están y lo que sustentan ( más bién hunden ) es gracias a nosotros.

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