viernes, 23 de marzo de 2012

Para Aurelia.

Para Aurelia:
Nada duele más que el dolor de quién amas, y de la misma manera nada puede hacer más feliz que la alegría que siente ese ser amado. Cuando las pieles duermen juntas transpiran por los mismos poros, y cualquier sobresalto en el corazón del otro lo sentimos en nuestro pecho.
Palabras como la soledad cobran sentido cuando al otro lado de tu mirada aquel que amas llora porque se está rompiendo por dentro y tú no puedes hacer nada excepto recoger ese llanto en la palma de tu mano. Sientes entonces la impotencia de cuánto eres, de cuánto haces y has hecho, y lo darías todo por secar ese sufrimiento que te martiriza también a tí. El Amor dicen que lo puede todo, pero a veces, ahora, todo no es suficiente. Sólo puedes estar ahí, como una sombra que acompaña su cuerpo caído, vencido, derrotado, dispuesto a recoger los restos cuando pase la tormenta. Pero eso ahora, no es mucho consuelo.
Hablar e la Muerte y de la Vida es fácil, es un tema recurrente. Suelo decir que el precio que pagamos por el milagro de la vida es demasiado alto, es morir. Y siendo tan cierto, nos parece sin embargo tan lejano, como si la muerte, la enfermedad y el dolor fuese algo que pasará de largo ante nuestra puerta, que podremos eludir ese precio a pagar si nos encerramos en nuestra burbuja de sueños inmortales.
Pero cuando llega el momento de morir, la muerte se hace real. Sabes que tu tiempo se marcha, que ya no vendrán muchos amaneceres más, que aquello que nunca fue importante hoy es fundamental. Te acuestas en la cama, te sientas en tu cómodo sofá azul y cuentas cada latido de tu frágil corazón, escuchas el débil flujo del aire ascendiendo por tus pulmones, hueles la punta de tus dedos. Y sientes miedo. Miedo al frío que intuyes a lo lejos, miedo a esa oscuridad que se anticipa. No puedes teorizar, porque la muerte se escapa a todo razonamiento.
No hay consuelo para ese paso último y solitario en el que ninguno de tus seres amados podrá acompañarte. Y aunque te aferras a sus manos que no te quieren dejar marchar, la soga se va deslizando suavemente, al menos eso sí, hacia esa deriva que te espera.
Morir con dignidad es sólo cosa de valientes. Afrontar ese temor que te sacude sin pestañear para no inflijir más dolor a los que te velan, no sumar más pena a los que te aman, te amaron y te recordarán. Afrontar este destino inevitable con una sonrisa sincera que esconde una mueca de tristeza y pesar por ellos, los que se quedan, los que deberán seguir viviendo, un poco más, sólo un poco más.
Te vas sin deudas con tu suerte, sin reproches que hacerte, dando gracias a la vida, como dice la canción, que te ha dado tanto, también dolor, y pena, sí. Pero cuanta felicidad, cuánta. Aún puedes abrazar a los tuyos, les dejas que te mimen, que sus dedos se llenen de memoria en tu cuerpo, todavía caliente, todavía aquí. No quieres que te recuerden así, postrada. Esta no eres tú, es la enfermedad. Tú eres esta otra, la que flota sobre nuestras cabezas, la que todavía es capaz de contar un chiste a costa de tu suerte.
Para tí queda la noche, las preguntas atroces cuando todos duermen, ¿qué pasará? ¿Adónde iré? ¿Cómo seguirá esta cadena que ahora se corta?
Pero a tu lado quien finge dormir, sólo quiere pegarse mucho a tu cuerpo, como ha hecho estos últimos cincuenta años, cada día, todos los días. Cincuenta años. Y ahora te vas. Cómo despedirse de la mitad de tí, cómo afrontar el derrumbe de la mitad de tu alma, de tu corazón, de tu razón de existir. Sólo puedes pegarte mucho a ella, acurrucarte a su espalda como un niño asustado que sabe que se va a quedar sólo. Sólo puedes llorar en silencio para que no te oiga, y procurar que tus lágrimas no mojen su camisón. Hay que ser fuerte, te dices. Fuerte hasta el final, por ella, por tí.
Cada día es un milagro, yo que no tengo certezas, ahora lo sé. No lo comprendo racionalmente, no lo teorizo: lo sé. Cada cosa que hacemos puede ser la última cosa que hagamos, y cada segundo debería servir para rendir homenaje a los que amamos. No hay nada que perdure, ahora lo entiendo, nada que pueda abrigarnos cuando llegue este frío del que hoy os hablo: la gloria pasa, la fama es una quimera, los sueños se quiebran, el dinero, el éxito, el fracaso...Creedme, lo único que importa es el amor. Es la llama de una vida tan precaria que nunca podemos predecir hasta cuando durará. Aprovechadla. Tomad la mano de vuestro ser amado. Oled su piel. Escuchadla respirar. Amad con cada partícula de vuestro ser. Sólo eso nos es permitido obtener; sólo eso puede prepararnos para el adiós definitivo.

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