miércoles, 15 de febrero de 2012

Burbújas



Que cada uno vive en función de sus circunstancias, y que esas circunstancias laminan la mirada frente a la realidad, es obvio. Y esto es tan cierto para la situación de crisis actual como para cualquier otro aspecto de nuestra vida.
Para unos pocos la crisis es un campo abierto de oportunidades, una situación idílica donde pueden especular con la miseria y la necesidad de la mayoría: comprar casas a precios de vergüenza a familias a punto de ser deshauciadas, terrenos a payeses sin posibilidades de sostener la cooperativa, contratar servício doméstico a cambio de un sueldo en b y sin pasar por la Seguridad Social, hacer contratos laborales a precios tercermundistas, etc, etc. Lo llaman "oportunidades" Yo los llamo directamente por el oficio de su madre, son los mismos que en las posguerras se dedican al estraperlo o en el campo de batalla le arrancan los dientes de oro al enemigo agonizante.
Los hay también que piensan que la crisis es una cuestión de números. La mayoría vienen de la escuela Norteamericana, donde la Estadística construye la realidad en lugar de analizarla. Aquí el abaníco va desde un conseller autonómico que aprueba recortes sin parar mientes, a un empresario de una multinacional que cierra de un plumazo una empresa subvencionada durante años con dinero público porque ha bajado beneficios. En medio estarían los contertulios habituales y los directores de gabinete, diligentes ellos con sus gráficas de colorines, prestos a sacar del brete a su jefe con un apabullante baño de números (Cabría preguntarse si la supuesta hinchazón del Déficit Público que denuncia la UE por parte del nuevo Gobierno no es el paradigma de la mentira estadística)
Hay un sector de la población que siente la crisis como una merma de beneficios, y reacciona contrayéndose, dejando atrás las alegrías pasadas, los Cayennes, los apartamentos en Torredembarra o las vacaciones en Alpe D'Huez. Trasladado a los negocios se ría la práctica de no asumir más riesgos que el de subir la persiana del chiringuito y ver qué pasa, de momento no bajan precios y buscan nuevos planes de viabilidad, confiando que tarde o temprano esto pasará. Aquí situaría yo a una parte importante de la sociedad,no ya española, sino europea, ese invento llamado clase Media, con sub clases, que cayó alegremente en la trampa con cepo que tendieron los bancos en la época de bonanza, cuando los intereses bajos y el flujo fácil de dinero crearon la ficción de que "esto no hay problema para devolverlo" Es esa masa silenciosa, que acaso murmura todavía en estado de desconcierto, mientras se le llevan el Cayenne y las tres teles de plasma, el mismo que ya no es absentista, que no coge el coche para ir a la esquina sino el metro (y tal y como están los precios del billete, si pueda se cuela) el mismo ciudadano al que la corrupción de los políticos le hacían sonreír con sarcasmo mesetario, y ahora le hace crispar de rabia las mandíbulas, es quien soñaba con unos estudios superiores en el extranjero para sus hijos y ahora ve que con suerte podrán acabar la ESO y luego que Dios reparta suerte.
Los parados son el siguiente punto de inflexión. Más de cinco millones de personas con el subsidio del paro (que ya han generado ellos mientras trabajaban, o sea que de limosna nada de nada, es suyo), gente que se apunta a cursos de formación profesional con la esperanza de reciclarse para que el mercado laboral los acepte de nuevo, o personas que simplemente, pasan los lunes al Sol, haciendo pequeñas chapuzas con sueldos vergonzantes. En un País como el nuestro, esto significa que el 18% de la población activa no encuentra ocupación. Y yo me pregunto si esas cifras pueden ser reales; cuesta creerlo, más de un millón de familias no tienen ningún ingreso. En una situación normal, esto generaría un Estado de alarma similar a una catástrofe colosal, pero no hay por ahora estallido social. Creo que la clave está en el mercado negro, en la economía sumergida que representa más de 10.000 millones de euros anuales. El fraude es moneda común en estos lares donde lo que prima es el tonto el último, y Hacienda no ayuda mucho que digamos (ya nadie se cree eso de que Hacienda somos todos; en todo caso unos más que otros).
El último escalón me remite a Los Miserables, la famosa novela de Victor Hugo. Duele ver a un hombre rebuscando en un contenedor de basura a las tres de la madrugada cuando cree que nadie puede observarle; hacen daños las colas de antaño frente a las iglesias para recoger ropa o en Cáritas. Es increíble cómo aumenta ante la indiferencia culpable de la mayoría esa legión de miradas perdidas y andrajos, durmientes de cajeros y bancos públicos, hurtos famélicos y desesperanza, que es el estadio previo a la aniquilación del alma.
Nos queda Grecia, el paradigma de lo que puede hacer la oligarquía (esa palabra tan desfasada y tan vigente) para mantenerse en el poder. Romperán sin dudar una sociedad, arrojarán a la gente a la hambruna, y lo harán para mantener sus prebendas, auspiciados por degenerados con traje y corbata que se han dado en llamarse la troika.
Que el capitalismo salvaje es una nueva forma de Dictadura, ya nadie lo discute.
La pregunta es hasta cuando soportará Europa este declive acelerado, esta mengua de derechos y libertades, de censura disfrazada de conveniencia. Cuando diremos basta a este discurso del horror que nos arroja como los esclavos a las fieras en manos de unos pocos desaprensivos que se legitiman con nuestro voto inútil. Ya no es una cuestión de siglas, de izquierdas o derechas, de discursos. Es una cuestión de sistema. Cuanto tardaremos en romper las cadenas de esta nueva esclavitud. Cuando arrojaremos a las cavernas a nuestros nuevos señores feudales. Cuando diremos basta. Esa es la cuestión.
Que la crisis nos afecta a todos es cierto. Que no nos afecta de igual modo, es palmario.

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