sábado, 18 de febrero de 2012

La extraña

Un segundo me separa de tí. Sólo un segundo, el tiempo que mi pestaña se abate sobre mi pupila, el tiempo que tarda mi corazón en reconocerte, al otro lado de la calle. Quiero llamarte, pero la comprensión de que mi llamada será inútil me deja mudo. No te volverás, lo sé. Mi voz se perderá entre el gentío, y acaso llegues a escuchar una sílabas familiares, no más que el roce del viento cuando pasas bajo las hojas de ese castaño. O peor, tal vez me escucharías y prerirías ignorar mi llamada. Tu nombre en mi boca te haría fruncir el ceño y apretar el paso.
O acaso me lanzarías una mirada indolente, una mueca de curiosidad insatisfecha en tus bonitos labios que ya no recuerdo, y continuarías con tu camino llevando mi olvido en el bolsillo de tu gabardina.
Es extraño verte en la lejanía, sabiendo que en unas horas estarás en mi cama, en tu cama, pero ya no en la nuestra. Así empieza todo, marcando fronteras a lado y lado del colchón. Te reconozco ya como extraña a mi piel, como una visita que no viene para quedarse. Ya no se oye tu voz por la casa, sólo tus palabras, ecuánimes, políticas, amables. Cuánto daño hace la amabilidad a la pasión.
Tú no lo sabes aún, pero yo sé que lo sabes. Ya te has marchado, sóllo que tu maleta sigue esperando en el altillo, tus vestidos en las perchas se mecen impacientes, banderas sin carne que esperan nuevos vientos para flamear.
Y yo, que cuando te siento cerca me alejo porque el hielo quema más que la llama, te veo ahora caminando como si ya no fueses una parte de mí sabida, sino algo que quedó por descubrir.
Volveremos a las fotografias, a los viejos discos, a los detalles que quisimos guardar para preservar la memoria cuando llegase este momento, el olvido. Pero ahora no importan nada estas cosas, no están vivas, no pueden ni siquiera evocar algo que no supimos que pasaría. Debería existir una fecha en rojo en nuestras vidas. Un punto sin retorno para saber que cada segundo empieza a ser el último. Qué larga se puede hacer esta caída.
Pero de nuevo habrá que empezar a andar.
Mi mirada te sigue, ya que mi cuerpo no puede. Adiós, amor, adiós. Nos veremos, tal vez, para cenar.

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