miércoles, 4 de enero de 2012

Manifiesto contra el miedo.

Lo veo sentado ahí, frente a mí, dando vueltas de manera inconsciente a su cucharilla en el té, la mirada perdida en el fondo verdoso de la taza, como si buscase en el poso las respuestas que no encuentra aquí afuera.
Tiene ojeras, debe hacer días que no duerme bien, y aunque se ha cortado el pelo a cepillo veo canas en sus gruesas patillas que hasta hace poco no estaban ahí. Ha envejecido muy deprisa, se lo digo con un tono distendido pero él toma el chiste por el cabo y lo tensa. "Pensar en qué van a comer mis hijos como esto siga así te quita años" me contesta con un velo de rabia en las pupílas, una ira sorda, de animal acorralado, asustado.
Aplasta su colilla con violencia en el cenicero y como si fuese consciente de su gesto brusco esboza una sonrisa que me entristece, porque es una mala copia, una imitación vulgar de la alegría que yo le recordaba. "Perdona, son los nervios"
Mi amigo me pregunta por mi vida, y yo intento llevármelo de este País, de esta ciudad, de esta mesa, de ese aire que a cada segundo se comprime más y más y que lo está asfixiando. Me convierto para él en un charlatán irreverente, el viejo bohemio despreocupado, el irónico. Pero no logro quitarle el yugo que le hace doblar la cerviz, como si ya estuviese derrotado. Asiente, finge divertirse, pero cada poco saca un pitillo de su cajetilla arrugada, tamborilea con impaciencia con los dedos sobre la mesa y no puede evitar lanzar una mirada de soslayo al tipo que se acaba de sentar a nuestro lado con el periódico bajo el brazo. Un tipo delgado y bien vestido, que huele a perfume caro y que jugetea con el llavero de un cochazo de lujo entre los dedos. Noto la tensión en los músculos de mi amigo, su deseo de volverse contra alguien y atacar, de hacer algo, pero no hace más que resignarse.
Por fin se levanta, se despide, se va. Insiste en pagar él, y cuando yo le quiero coger la vez, sujeta mi mano con fuerza. "No estoy tan mal" me dice mirándole con dureza. Mi mano se contrae avergonzada. Al marcharse lanza una mirada de desprecio al tipo de al lado que este ni siquiera ha sentido rozarle.
Me quedo solo, y cuanto más pienso en mi amigo, en sus hijos pequeños, en su mujer, en el piso que compraron hace cinco años y que no podrá aguantar mucho más, cuando pienso en sus manos que esconde en los bolsillos porque se avergüenza de no haber podido estudiar y sólo sirve para "romper terrones" empiezo a enfurecerme también. Veo el titular del diario que ojea el tipo de al lado. Cinco millones de parados, recortes "dolorosos" y ncesarios. Y entonces ya no puedo más, y estallo. "Hijos de Puta" El tipo del cochazo me mira por encima de sus gafas de sol, no le veo el color de los ojos y eso me inquieta. Debe pensar que soy un chalado, un amargado más.
Recortes "dolorosos" ¿para quién? Para los que además de ser pisados deben sufrir el escarnio del cinismo de los que lo ven todo desde arriba, los mismos, ni más ni menos, que juegan a los dados con nuestras vidas, esos tipos oscuros que cambian el mundo de perfil desde una ventana de cristales opacos con un solo golpe de teléfono, con bajar el pulgar destrozan cien,mil, un millón de vidas. No importa, si con ello se puede ganar un poco más, siempre un poco más.
Mi amigo se irá a casa y verá las noticias, leerá los periódicos y a los opinadores paniaguados del poder, esos mismos que claman en favor del sacrificio calvinista desde sus bonitos chalés de la moraleja que les paga su amo. Es bueno ser en esta vida un perro fiel, siempre te llegará la recompensa. Mi amigo se dejará enloquecer por la pléyade de cobardes que se esconden detrás de estadísticas, aritméticas cartesianas, tecnócratas fríos y objetivos pero que no tuvieron en su momento los cojones de pararle los pies a la banca y a sus correligionarios en el Poder. Qué bien se sienten ahora con sus dossieres y sus tijeras. Mi amigo no es mi amigo para ellos, es un número, una estadística, una pobre desgraciado al que aún se puede sangrar, seguro, un poco más. Mi amigo escuchará la vocecita didáctica de los dueños de la palestra, o sus gestos de fingida determinación. Títeres, embusteros, farsantes, cobardes, prepotentes y arrogantes, incapaces de la humildad. Ellos dominan el mundo y mi amigo no es ni más ni menos que un estorbo una vez depositó su papeleta.
Ahora me gustaría tener a mi amigo aquí, para abrazarle y recordarle que ¿No fueron acaso siempre las cosas así? Luchar contra los ladrones de la esperanza, contra los apologétas del terror pagados, por una migaja, por un pasito, por convertirnos en una china en sus zapatos italianos. Cada avance fue precedido de sangre de inocentes, de miserias y vidas perdidas en el anonimato del campo, de la fábrica, del taller. Sumidos en la oscuridad de cuartuchos oscuros donde ninguna intimidad con el ser amado era posible, comiendo carne enlatada de perro, durmiendo cinco horas...Así trabajaron nuestros abuelos, los de mi amigo y los míos, y los de muchos otros. Y día a día, gota a gota, miraron al dueño con desprecio y le hicieron sentir que un día, algún día, cualquier día, esa cadena se rompería.
Volveremos a los libros viejos para escapar de los nuevos predicadores, encontraremos en el sufrimiento de los nuestros el arrojo para defenderlos, nos agotaremos de tanta hipocresía y ya no veremos al vecino como enemigo sino como aliado. No nos importarán ni los mercados, ni el euro, ni la Unión europea, ni las siglas, ni lo que se decide sobre nosotros a mil kilómetros de aquí. Sólo somos globales para empobrecernos, pero llegará el día en que lo seamos para entender que somos muchos y ellos pocos, que la Justicia no es un tipo embebido de si mismo con una toga sino el respeto a lo básico, a la dignidad, al derecho de ver crecer a los tuyos en un Mundo donde quepamos todos.
Llegará ese día, llegará el día que seremos nosotros, y no leyes que no comprendemos sobre aranceles y dividendos, los que decidiremos cómo queremos vivir.
Hoy muchos se ríen de este escrito. Bien, que rían, no me importa, que se los lleve el río del cinismo o de la indiferencia, tanto da. Pero a mi amigo le digo: resite, no te pierdas, aprieta los dientes, no dejes que te arranquen lo poco que te queda de felicidad. Parece que jamás podremos cambiar las cosas, que el viento de esta tormenta que ellos soplan nos arrastrará. Es posible que así sea, pero tú y yo aguantamos, nuestros hijos empezarán a cambiar.
Si no es así, si esta no es nuestra fe, entonces ¿porqué seguir, porqué no abandonar ya?
Lo digo alto. Lo digo fuerte: Podemos, y debemos cambiar.

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