sábado, 20 de agosto de 2011

Bajo Tierra y Sobre el mar


Todos los santos tienen un pasado. Todos los pecadores tienen una nueva oportunidad...Esa extraña frase, escuchada en boca de los turistas que caminan delante de mí (hablan del Papa y de una película del Opus), se repite en mis oídos mientras vamos descendiendo más y más bajo tierra en dirección al mar. No sé la razón por la que a medida que la oscuridad es más intensa y el silencio más absoluto siento la necesidad de ir aminorando el paso y de poner distancia (dejo que sean ellos los que la pongan) con el grupito que me precede. Así, a los pocos minutos, el murmullo de las voces y las sombras que las habitan se pierden casi por completo, y logro quedarme sólo y quieto en este mar de lava cuays entrañas surco gracias a la magia de ocho euros. Y lo primero que siento, muy intensamente, es miedo. Miedo a la soledad absoluta, a la oscuridad casi total, pienso en las toneladas de piedra petrificada sobre mi cabeza, pienso en la cercanía del mar donde desemboca este río petrificado, pienso ¿y si no sé volver? ¿y si me caigo?...Pero me tranquilizo, sé que estoy seguro, y la razón me serena. Camino entonces despacio acariciando las galerías de lava fría, admiro las imposibles bóvedas creadas por la naturaleza y sé con absoluta certeza que nunca lograremos crear catedrales como estas, ni pintar o describir más que briznas de lo que vemos. En una especie de meandro de fuego quedan los restos de lenguas humeantes y en medio una grandísima roca a modo de atalaya. Desde arriba se ve la boca del túnel, el esperanzador pedazo de cielo exterior. Cierro los ojos e imagino a un hombre que aún no habla, que no domina el fuego, que tiembla vigilando las estrellas, asustado, aterido ante cualquier ruido que viene de la noche mientras vela el sueño de sus compañeros y cachorros acurrucados en el fondo de la cueva. Hemos avanzado tanto para toparnos de bruces con nuestra arrogancia y descubrir que no somos nada. Aquí, bajo la tierra y sobre el mar uno es consciente más que nunca de la propia fragilidad.
La guía me toca el hombro levemente y me sonríe. No me puedo quedar atrás. Es peligroso. ¿Peligroso? Asiento y la sigo hacia el exterior. Los turistas se enseñan las fotografías con flash, las conversaciones en diferentes idiomas se entrecurzan en nudos que deshace el viento que sopla con rabia de gigante constipado. Vuelvo la mirada atrás, hacia las escaleras labradas en la piedra que descienden a la oscuridad de la que hemos emergido. ¿Porqué me siento tan triste? ¿Porqué querría volver ahí abajo, a las entrañas del volcán?

1 comentario:

  1. Quizás el volver al prinncipio, sea la unica manera de vislumbrar un final. O quizás no, pero ayuda a recordar el camino recorrido y evitar tropiezos innecesarios. Un saludo hermano.

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