miércoles, 7 de enero de 2015

En el nombre de Dios

Muertes absurdas en París, muertes inútiles en Siria, en Palestina, en Turquía, en Georgia... Fanáticos que gritan el nombre de Dios para manchar el nombre de los millones de hombres y mujeres que profesan una religión de paz.
Mienten los que gritan contra el Islam, los que insultan la memoria de los muertos cuando aún está la sangre caliente en el suelo y los casquillos de bala entre sus cuerpos: no son musulmanes los que han apretado el gatillo, son asesinos sin más dios que el odio ni más patria que el desvarío. Cínicos, embusteros, traidores a la condición de seres humanos. Son dos, cien, un millón, capaces de dañar a sus propios hermanos, que destrozan vidas en mercados, en escuelas, en plazas, en mezquitas, en iglesias o sinagogas. Nada que ver con la religión.
Asesinos para los que solo existe el infierno de la locura.
Fracasarán los que invocan guerras santas, los que se frotan las manos con el dolor para sembrar la semilla del odio y el miedo. Porque no pueden triunfar, no podemos permitirlo. Están ellos y estamos nosotros, sí. Pero no musulmanes, extranjeros, cristianos o autóctonos. Nosotros lo vivimos en Madrid. Ellos son los asesinos, todos. Nosotros, los que no dejaremos que nos quiten el progreso. 
No podemos dejar que se apoderen de la libertad de ser lo que queramos, de expresar lo que queramos, de profesar lo que queramos. No podemos condenar y acusar más que a los culpables, que tienen nombres y apellidos y caras, y no son un pueblo ni una religión, sino malditos psicópatas, degenerados en pos de una causa que no existe más que en sus corazones podridos.
Allí donde muere un periodista hay que resistir. Allí donde se quema una mezquita hay que resistir. Allí donde las cabezas rapadas vociferan la misma rabia, hay que resistir. Allí donde las niñas son asesinadas por ir a la escuela hay que resistir.
Y la palabra es una trinchera que no pueden sobrepasar. Contra el miedo, hablar. 

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