Queridos amigos,
A lo largo de este último año, La hoja de Víctor ha sido para mí una ventana desde la que acercarme a mi visión del mundo, y una manera de compartir con vosotros impresiones, siempre subjetivas y no siempre acertadas, pero siempre honestas.
A partir de ahora, sin embargo, dejo este blog, para centrarme en la página web que hemos recompuesto y actualizado. Seguiré escribiendo desde ella, encontraréis una pestaña con la entrada "Blog", de modo que solo cambiamos de formato. Espero seguir contando con vosotros. Gracias por vuestro apoyo, y nos vemos en http://www.victordelarbol.com/
La hoja de Victor
domingo, 1 de febrero de 2015
domingo, 25 de enero de 2015
Círculos concéntricos
Hace ya algunos años, una amiga psicóloga me explicó porqué a ciertas personas les afecta todo lo que pasa en el mundo como si les quemara el sol una piel de papel de arroz, y a otras, en cambio, no les hace mover una pestaña. Fue la primera vez que oí hablar de la realidad concéntrica, los círculos que vamos trazando a nuestro alrededor y que partiendo de la microrealidad se van alejando, onda tras onda, a la macrorealidad. De lo pequeño a lo grande. De lo individual a lo universal.
Existen personas, en el círculo más primario, cuyo interés empieza y acaba en ellos mismos: su individualidad -es decir: su imagen, su cuerpo, sus opiniones y sus percepciones -, incapaces de trascender ese ombligo omnisciente que absorbe toda su energía de un modo hipnótico. Todo lo demás y todos los demás no son vistos más que como medios para satisfacer sus necesidades, reales o imaginarias. Los conocemos por su egocentrismo, apenas disimulado, y por esa manera de hacer que consiste en pedir sin mesura y no dar nada a cambio.
Otros, dan un paso más, su microrealidad incluye su entorno inmediato: la familia, los amigos cercanos, el trabajo. Se preocupan esencialmente por lo que pueden controlar, o al menos por aquello sobre lo que pueden incidir. Ayudar a un hermano, cuidarse de los hijos, de la pareja. En general, ven pasar el mundo más allá de los muros que han levantado como algo que pasa de largo. Son aquellos que afirman, orgullosos, no interesarse por la Política, que no leen diarios, que no escuchan las noticias...¿Para qué? se justifican: el mundo está podrido, nada va a cambiar -se resignan -, su discurso se va haciendo pequeño a medida que sus certezas se ponen en peligro, que su microrealidad se ve amenazada. No votan, no participan en manifestaciones, no actúan más allá de lo que conocen y controlan. A menos que la seguridad que han creado se resquebraje. Entonces, acuciados por el miedo, darán un paso a ciegas y ofrecerán su confianza a cualquiera que les prometa exactamente lo que esperan escuchar.
Luego encontramos aquellas personas que son capaces de encaramarse a una silla y ver más allá de la tapia de su existencia, los que descubren que mirando se ve y escuchando se oye. Descubren estos que más allá de la intención de convertirnos en islas/burbuja que pregonan los apóstoles del pesimismo, tenemos rasgos comunes, intereses comunes, opiniones similares e inquietudes parecidas. Y que la Humanidad no es una palabra que se escribe con H mayúscula en muros de poesía urbana o en ceremonias grandilocuentes redactadas en pasillos de sedes diplomáticas con 193 banderas. Estas personas, empujadas a despertar por mil causas distintas, ya no pueden cerrar los ojos una vez abiertos. Si un profesor de servicio público es destinado a un colegio marginal de El Príncipe, en Ceuta, ya no podrá seguir creyendo en la milonga de que los malos lo son porque nacen con un machete entre los dientes. Inevitablemente, verá que cuando a alguien se le presta atención el muro de la rabia se hace más delgado, que quien tiene ganas y razones de vivir no piensa en inmolaciones, y que raramente, los hombres libres dejan su destino en manos de Dios alguno. Todo se resume a una casa donde las ratas no entren, a un mundo donde no haya africanos encaramados en las fronteras mientras señoras juegan al golf en praderas insultantes, viniendo como vienen de desiertos indomables.
Si alguno de estos ha estado en un desahucio, mientras una familia es empujada escaleras abajo con sus enseres y niños pequeños por policías que no quieren escuchar porque su dignidad también se siente herida, si alguien escucha las declaraciones de los fondos buitre diciendo que ellos no son Cáritas, la sangre le llegará a la garganta y no podrá más que sentir una repugnancia profunda y angustiosa ante los eslóganes publicitarios de la Ciudad de las Mil Maravillas. Ya no podrá ver nunca, quien pase por esta experiencia, a los políticos y los banqueros que lo propiciaron de la misma manera. Poco importará que se inventen dobermans o hecatombes. El neoliberalismo atroz es un crimen de lesa Humanidad. Lo mismo vale para escudarse en la competencia para no bajar la gasolina que para robarle a los agricultores, que para vender armas a los terroristas que luego nos matan. Como cualquier Totalitarismo, el Gran Capital es una ideología en la que el Hombre solo es una entelequia de la que servirse.
Médicos que no se quedan impasibles ante la muerte de niños que pasan hambre mientras en otras partes se deja pudrir el grano para especular con el precio; policías que se atreven a denunciar la corrupción, jueces y fiscales que se atreven a juzgarla, periodistas que se atreven a denunciarla...Personas que no callan, que actúan. ¿Por qué? Porque han despertado y ya nada es lo mismo. Probablemente no serán felices en esa macrorealidad inadmisible de dolor, y tendrán que refugiarse en su círculo concéntrico para restañar las heridas una y otra vez, y regresar de nuevo a la primera línea. No son héroes, pero lo normal se torna heroico cuando nos roban lo obvio.
Y queda el círculo exógeno, el de aquellos que nada tienen en su interior, nada a lo que aferrarse, ni familia, ni vida privada. Son los amantes de las causas perpetuas, los que en nombre de la Utopia o del horror (y trágicamente los extremos se encuentran, cerrando el círculo) entregan su existencia a una causa que alguien les pone al camino: un dios, una patria, un sueño de fama, el Poder, el dinero, el reconocimiento...Hay dónde elegir y no falta cantera para estos autómatas.¿Porqué sino es capaz de matar un hombre a sangre fría? Porque el otro no es visto como alguien real. No se escuchan sus gritos, ni se conoce su nombre, ni interesa su pasado. ¿Porqué existe tanto cínico y tantísimo sociópata en las filas del Poder? Porque carecen de empatía, como un elefante ignora a los parásitos hasta que estos se le meten en los ojos. Solo cuenta la Gran Mentira. Estos, los locos, todos, han aprendido a disfrazarse de santos, de inocentes, de héroes y mártires, de salvadores del pueblo, de reputado prestigio, de saludable abrazo de manos, de promesas electorales. Pero el mundo es solo para ellos un desvarío para sus juegos.
Y cuanto más pequeño sea nuestro círculo, más grande será el suyo. En un mundo donde los pequeños Nicolás provocan más risa que espanto algo terrible ocurre; en un país donde se escucha a los Bárcenas o Pujoles, y se les permite darnos lecciones algo se derrumba. En un lugar donde quienes han empujado a la miseria a sus conciudadanos se congratulan con mentiras de auto consumo, no queda esperanza. Un mundo enfermo, de mascaradas ridículas y embustes zafios, de crímenes cometidos en honor del dios Mamón.
Ya no queda más camino, que romper el cerco y salir a campo abierto. De esa batalla dependemos y no podemos permitirnos el lujo de perderla.
domingo, 11 de enero de 2015
Un reto de todos
Mientras veo discurrir por las calles de París la ingente marea humana, no puedo evitar sentir una emoción colectiva: ver que Francia, su sociedad, sigue viva. Hay banderas de la República, españolas, portuguesas, veo una griega, alemanas, de Israel y de Palestina. Hay pancartas oficiales en la cabecera y otras improvisadas en sábanas, en cartones, en hojas de papel. De reojo, vigilan miles de policías, recordatorio de que algo grave sucede. Al mismo tiempo que esta emoción muda, me asalta el temor de que, como tantas veces en España, toda esta marea se diluya con el paso de los días. El grado de emotividad y de crispación es máximo todavía; todo el mundo aquí grita por cosas que parecían haber quedado obsoletas: libertad, igualdad, fraternidad. Pero ¿olvidaremos?
Me pregunto si tendremos el suficiente empuje para dar ese paso que necesitamos, para entender de una vez por todas que el fanatismo nace del racismo, del desconocimiento mutuo, del miedo al diferente, de la falta de oportunidades, de la falta de educación. Los mulhás que atraen a esos jóvenes a la muerte matándonos se alimentan de la miseria de los que captan, de sus suburbios, de sus listas del paro, de su frustración ante lo que está a la vista pero no pueden tener. Contra los fanáticos no bastan policías, ni ejércitos, la historia nos lo ha enseñado. La libertad es cosa de cada uno de nosotros, aquí en Europa, pero también en Nigeria, en los campos de refugiados de Siria, en Kobane, en Israel, en Palestina, y en cualquier lugar donde los hombres y mujeres se baten por libertades esenciales. Es nuestro frente de batalla luchar en las escuelas contra la discriminación, contra quienes cosifican a las mujeres, contra quienes dejan morir de frío a los refugiados, contra las mafias que lanzan las pateras a fronteras imposibles. En los centros de trabajo debemos batallar contra la precariedad, el abuso y la discriminación salarial; desde el mundo del arte debemos alzar bien clara la voz contra las infamantes mentiras de un discurso que sirve a los poderosos; desde la política debemos participar activamente para adecentar nuestra vida pública y echar a los corruptos.
Tendremos que mantener esta misma fuerza de hoy contra los que imponen el discurso del miedo, los que pretenden recogernos en una burbuja de seguridad imposible. No se trata de ser de derechas o de izquierdas: se trata de arrojar de nuestras sociedades a los Tea party, a los extremistas, a los que están construyendo un mundo de desesperación para beneficio de unos pocos. Un mundo que NO queremos.
Tenemos que cambiar nosotros para enfrentarnos a ellos.
Ojalá fuese este el día en que todo empieza de nuevo.
viernes, 9 de enero de 2015
Vivir
Caminar. Caminar hasta que se encuentre el camino.
Bordear las espinas de la desesperación sin dejarse lacerar.
Saltar muros tras los que solo hay abismos.
Y caer.
Y apretar mucho los ojos para volar.
Colgar de las ramas las pieles de nuestros sueños
y añorarlos florecer en ocasos que no llegan.
Flores de manzano verde.
Esperar rocíos que no sean escarcha,
muertes que solo sean dormirse.
Y volver al mar,
y que la sal nos cierre los ojos.
Y regresar a casa,
y que el techo esté limpio de abrojos.
Vivir en riesgo de perder,
amar sabiendo que bebemos
en las palmas de un espejismo.
Y aún así beber,
hasta saciar el grano en la garganta
el grito en la boca
el silencio entre los dientes.
Y las manos rotas que palpan el polvo,
y los dedos que arañan la piedra,
y la uña que graba nuestro anhelo
en el hielo.
Y aún así, vivir. Vivir madre.
Que yo no quiero morir,
que yo no quiero darle mi corazón a la tierra
ni mi piel a la lluvia
ni mi nombre al olvido.
Que no quiero muertos!
Que los quiero vivos!
Que vuelvan, madre. Todos.
Bordear las espinas de la desesperación sin dejarse lacerar.
Saltar muros tras los que solo hay abismos.
Y caer.
Y apretar mucho los ojos para volar.
Colgar de las ramas las pieles de nuestros sueños
y añorarlos florecer en ocasos que no llegan.
Flores de manzano verde.
Esperar rocíos que no sean escarcha,
muertes que solo sean dormirse.
Y volver al mar,
y que la sal nos cierre los ojos.
Y regresar a casa,
y que el techo esté limpio de abrojos.
Vivir en riesgo de perder,
amar sabiendo que bebemos
en las palmas de un espejismo.
Y aún así beber,
hasta saciar el grano en la garganta
el grito en la boca
el silencio entre los dientes.
Y las manos rotas que palpan el polvo,
y los dedos que arañan la piedra,
y la uña que graba nuestro anhelo
en el hielo.
Y aún así, vivir. Vivir madre.
Que yo no quiero morir,
que yo no quiero darle mi corazón a la tierra
ni mi piel a la lluvia
ni mi nombre al olvido.
Que no quiero muertos!
Que los quiero vivos!
Que vuelvan, madre. Todos.
miércoles, 7 de enero de 2015
En el nombre de Dios
Muertes absurdas en París, muertes inútiles en Siria, en Palestina, en Turquía, en Georgia... Fanáticos que gritan el nombre de Dios para manchar el nombre de los millones de hombres y mujeres que profesan una religión de paz.
Mienten los que gritan contra el Islam, los que insultan la memoria de los muertos cuando aún está la sangre caliente en el suelo y los casquillos de bala entre sus cuerpos: no son musulmanes los que han apretado el gatillo, son asesinos sin más dios que el odio ni más patria que el desvarío. Cínicos, embusteros, traidores a la condición de seres humanos. Son dos, cien, un millón, capaces de dañar a sus propios hermanos, que destrozan vidas en mercados, en escuelas, en plazas, en mezquitas, en iglesias o sinagogas. Nada que ver con la religión.
Asesinos para los que solo existe el infierno de la locura.
Fracasarán los que invocan guerras santas, los que se frotan las manos con el dolor para sembrar la semilla del odio y el miedo. Porque no pueden triunfar, no podemos permitirlo. Están ellos y estamos nosotros, sí. Pero no musulmanes, extranjeros, cristianos o autóctonos. Nosotros lo vivimos en Madrid. Ellos son los asesinos, todos. Nosotros, los que no dejaremos que nos quiten el progreso.
No podemos dejar que se apoderen de la libertad de ser lo que queramos, de expresar lo que queramos, de profesar lo que queramos. No podemos condenar y acusar más que a los culpables, que tienen nombres y apellidos y caras, y no son un pueblo ni una religión, sino malditos psicópatas, degenerados en pos de una causa que no existe más que en sus corazones podridos.
Allí donde muere un periodista hay que resistir. Allí donde se quema una mezquita hay que resistir. Allí donde las cabezas rapadas vociferan la misma rabia, hay que resistir. Allí donde las niñas son asesinadas por ir a la escuela hay que resistir.
Y la palabra es una trinchera que no pueden sobrepasar. Contra el miedo, hablar.
lunes, 5 de enero de 2015
Noche de epifanía
Epifanía, del griego, podría interpretarse como manifestación de lo que estaba oculto, hacerse visible. En la epifanía del Señor, la fiesta de origen religioso que llamamos noche de Reyes, el Hijo de Dios se hace hombre y los poderosos del mundo se arrodillan. El tema se las trae y daría para una entrada jugosa, pero no es el motivo que hoy me interesa.
Esta noche entronca con la parte más feliz de mi primera infancia, ese limbo de inocencia donde imperaban las fantasías, las hadas, los magos, los camellos - ¿o eran dromedarios? siempre me liaba con las jibas -, y esos tres seres de Oriente que aparecían omniscientes en todas partes al mismo tiempo.
Mi madre me contaba que cuando ella era muy niña en Jaén los Reyes eran jornaleros pobres, no había camellos sino burros, ni trajes lujosos, ni pajes. Tampoco juguetes. A ella le dejaban una cestita de mimbre al pie de la cama con unas pocas naranjas. Naranjas que recuerda grandes y hermosas, olorosas y carnosas. Naranjas en tierra de olivos. Y ella esperaba esa cesta con los ojos abiertos y tardaba días en comérselas, las contemplaba como un auténtico tesoro. Pocos niños tenían otra cosa en la infancia rural de mi madre. Entonces el juego era cosa de la calle, de charancas dibujadas con yeso en el suelo, muñecas de trapo sin ojos, excursiones con cañas en los cortijos del señorito. Había que trabajar y los niños tenían que dejar pronto ese mundo de sueños. Su mayor tristeza, me cuenta, fue ver un año a su padre colocando con amor esas naranjas en el cesto. Lloró mi madre; lloró intuyendo lo que perdía: los sueños.
Quizá por eso siempre se empeñó en que esta noche fuera especial para sus hijos. No hay mayor alegría que ser familia numerosa la noche de Reyes, aunque se sea pobre, aunque no se tenga nada. Cinco niños ojipláticos, en la cabalgata de los Reyes cruzando la Vía Julia en sus carruajes dorados (poco importaba que se les vieran las ruedas de camión, o que Baltasar decolorase), batiéndonos como jabatos con otros niños del barrio por los caramelos que los pajes lanzaban a puñados (más generosos cuando pasaban cerca de los conocidos; ¡ay, las prevaricaciones infantiles!) . Pocas veces tengo el recuerdo tan fresco de estar sentado sobre los hombros de mi padre como entonces, la risa infantil y nerviosa de mi madre, las exclamaciones de mis hermanos. ¿Y yo? Yo solo miraba con la boca abierta aquel derroche de luces, de música y de magia. Y soñaba con lo mismo de todos los años: mi bicicleta BH de color azul. La que nunca llegaba.
Años duros a finales de los setenta en Barcelona; años de paro, de precariedad, de cáritas y cortes de luz, de ropa de segunda mano. Pero esa noche, todo se olvidaba. Había una juguetería en la calle de Las Torres, modesta. Mi madre abría una cuenta y la dueña le fiaba los regalos que, poco a poco, pagaba durante todo el año. A veces, me ha confesado, se solapaba un año con el siguiente, pero la dueña le condonaba la deuda: "no puedes quitarles la ilusión a las criaturas" Todo eso lo supe años después.
Por la noche, todo eran nervios, irse a dormir temprano para no espantar a los pajes. Entrada la madrugada, yo escuchaba ruido en el comedor, fris-fras de paquetes y bolsas. ¡Ya están! decía entre dientes y mis hermanos se tapaban con la sábana. Si los Reyes se daban cuenta de que no dormíamos, se marcharían sin dejar nada. Pero yo era demasiado curioso, me podía la tentación de ver cómo entrarían tres camellos en un piso de cuarenta metros, quería ver de cerca sus vestidos. Me asomé a la puerta del cuarto...Y perdí la infancia.
Nunca dije nada. No quería robarles el sueño a mis hermanos ni la ilusión a mis padres. Y de todas maneras, los regalos estaban allí. Siempre modestos, nunca suficientes, nunca los que anotábamos en nuestras interminables cartas con caligrafía esforzada.Si pedía un Geiper Man me traían al hermano pobre, el madel man, la bicicleta tardó tanto que cuando llegó fue para los más pequeños, pero recuerdo los tebeos de Tintín, de Mortadelo y Filemón, las bolsas de chucherías y el exin castillo.. Y recuerdo las mañanas en la cama con mis padres, toda la casa llena de paquetes abiertos, risas y un espejismo de felicidad.
Pienso en las naranjas de mi madre mientras hago los regalos para mi ahijado. Tiene de todo, y eso es una suerte. Pero quizá no tiene aquella alegría de ella. Los niños deberían aprender a jugar con otros niños en la calle, deberían tener algo pero no todo, Quizá soy un poco nostálgico, quizá no puede pararse el tiempo ni devolverles a la realidad de los juegos arrancándoles de lo virtual. Quizá soy demasiado severo: aún quedan camiones de bomberos con cuerda, balancines y peonzas. Aún se caen los chiquillos con sus bicicletas de tres ruedas detrás.
Los adultos seguimos queriendo regalos; nos conformaríamos con un trabajo, con un poco de salud, con una pizca de esperanza para seguir adelante. Pero esta noche no es nuestra, es de los chiquillos, de todos, en todas partes, sin importar su credo o religión. Lo triste de una noche sin regalos es que esa herida se queda para siempre.
Y el mejor regalo que se puede hacer a un niño es no robarle antes de tiempo la infancia.
sábado, 27 de diciembre de 2014
Balances y otras tonterías
Inventamos los ciclos para poder cerrarlos. Un año, doce meses. Ponemos ese límite, tan arbitrario como podría serlo cualquier otro, para confiarnos a la ficción de que es posible volver a empezar, una especie de renacimiento que se da cada 01 de Enero. Debe ser algo psicológico el creer que nos acostamos el 31 siendo unos y despertamos el 01 siendo otros (eso quien se acuesta). Pocas veces, sin embargo, sucede esa metamorfosis milagrosa. Los cambios, como todo, hay que trabajarlos. Uno puede pasar media vida para descubrir quién es y la otra mitad tratando de pulir aristas sin lograrlo.
Previo a este exorcismo de Año Nuevo está el obligado balance. Dejar atrás lo que fuimos para construir lo que seremos, como si pudiéramos mudarnos de piel con la sola voluntad. Nos arrodillamos en nuestro templo privado y nosotros somos el pecador, el confesor y la penitencia. Aunque dudo yo mucho que ciertos cocodrilos con acta sean capaces de mirar atrás porque en el reflejo del plasma no se ven la cola. Solo los dientes amarillos y las moscas que les comen las legañas.
Podríamos escribir un millón de listas, y de todo tipo: nuestras efemérides anuales, nuestros logros y nuestros fracasos, los libros leídos, los libros preferidos, los libros detestados, las películas. A quién hemos conocido, qué viajes hemos hecho, qué amigos hemos perdido, cuantas veces hemos hecho el amor, cuantas nos hemos quedado con las ganas. Cuánto nos queda de hipoteca, cuanto del préstamo del coche, cuanto de cobrar el paro, cuanto de legislatura, cuantos euros en la cartilla del banco, cuanto de condena en la cárcel, cuánto hemos defraudado, en qué paraísos fiscales vivimos, cuantos goles nos han metido, cuantos hemos colado. A qué conciertos hemos ido, a qué obras de teatro, a cuantas exposiciones...Y así, hasta el infinito. Ahora que sabemos que el infinito solo es una parte del Todo.
Y seguramente, ninguna de esas listas explicaría lo que hemos sido, una vez más: imposibilidades. En los balances anuales nunca decimos lo que somos; decimos lo que hemos hecho, lo que nos ha sucedido, anecdotarios que, si se piensa, solo vienen a sumar momentos al carro de nuestra existencia. Ese carro que empujamos -a veces cuesta abajo y otras cuesta arriba -día tras día. Unos con más salero que otros, eso es cierto.
No sé yo si el mundo es hoy mejor que mañana, si debo creer que todo cuanto abarcó el 2014 cabrá en esos refritos de las televisiones. Espero que no. Hablarán de guerras, terroristas, petróleo, macro economía, corrupciones, abdicaciones, muertos célebres y sondas espaciales...Pero ninguno de esos programas hablará de lo que nosotros somos, de ti y de mí, juntos y por separado. Pasarán por encima de los niños que han nacido en muros y desiertos cuyo camino empieza ahora como si fuera a ninguna parte, nada dirán de los ancianos que aún se resisten a dejarnos y que miran con aire socarrón el sol en poniente, mientras apuran su último pitillo en una silla de arpillera. No hablarán los noticiarios de los exploradores anónimos, esos nómadas que buscan la luz en cualquier parte con una sonrisa de vela, de los poetas sin vicios en los versos, de los pintores que no tienen ojos de piedra, de los escritores que viven en las palabras, de los músicos que se escuchan en bóvedas del metro; ni hablar de los jóvenes Romeos y Julietas que encontrarán el amor de su vida y lo perderán a la semana para proclamar su desdicha en las redes.
Ningún programa me enseñará una lobera donde se amamantan cachorros, una ballena surcando los océanos, un ave que vuelve otra vez a anidar en un campanario de Cáceres. Ese camino que antes era sendero y ahora es cemento, esa fuente con el caño seco, ese manzano talado, esa grieta en la casa de la infancia. Esos aviones de plata que viajan en la letra de las canciones, y tampoco contarán las gotas de lluvia, ni las hojas muertas, ni los abrazos de madrugada, ni los pies entrelazados bajo las sábanas mientras fuera ulula el viento. No dirán cuanto te quiero cada vez que te miro.
Ningún programa me enseñará una lobera donde se amamantan cachorros, una ballena surcando los océanos, un ave que vuelve otra vez a anidar en un campanario de Cáceres. Ese camino que antes era sendero y ahora es cemento, esa fuente con el caño seco, ese manzano talado, esa grieta en la casa de la infancia. Esos aviones de plata que viajan en la letra de las canciones, y tampoco contarán las gotas de lluvia, ni las hojas muertas, ni los abrazos de madrugada, ni los pies entrelazados bajo las sábanas mientras fuera ulula el viento. No dirán cuanto te quiero cada vez que te miro.
Quizá en el 2015 las vallas serán menos afiladas y Mohamed podrá dar el salto que este año se le negó. Quizá Agustín encuentre trabajo a sus cincuenta y dos años, o puede que al empresario que contrata a Montse se le aparezca San Pablo y decida pagarle las horas extras por encima de esos tres euros, sin abusar de la reforma laboral; a lo mejor Daniel ve cumplido su sueño de tener un apartamento para marchar de casa de sus padres a los treinta y dos años, o puede que Felipe descubra que aunque te publiquen una novela no has triunfado. Quién sabe si habrá algún loco que se arroje al foso de los leones, si habrá un fundido al blanco en las elecciones próximas. Tal vez alguien no espere al turrón próximo para regresar a casa.
Tal vez, incluso yo deje de fumar, aunque no creo en los milagros.
¿Seremos más felices? Bueno, en nuestro haber está el intentarlo. Seremos más sabios? eso ya no depende, me temo, de los años.
En cualquier caso, lo haremos lo mejor posible. Hasta el nuevo punto y aparte; pero eso será si llegamos al próximo horizonte.
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