Descubriendo
palabras. Descubriendo vidas que entre la frivolidad, la bonhomía y la absoluta admiración descubro frente a un tapete de lino en una taberna de Málaga. Me cuentan, se cuentan, los poetas, los escritores, los cantaores, y yo escucho, con los ojos y con el oído, con la piel abierta. Privilegios de ser y estar donde se quiere ser y se quiere estar. Entre recitar de versos, vinitos y vestidos de dandy, entre ginebras cargadas y añoranzas de otros tiempos un poco más canallas, cuando al menos fumar en un bar era prólogo a cosas mayores. Y la literatura, y la pintura, y la música cobra su espacio sin prisa, como la vida, ganando respirar y atmósfera. Y fuera llueve, para acompañar.
Fue así, sin querer, como la descubrí.A Jane. Con esta frase del poeta Alfredo Taján: " no podía entender que la vida, algo tan maravilloso, se le escapase estúpidamente de las manos"
Cualquier vida merece
el esfuerzo de ser vivida, incluso la más perra; no importa cuán miserable la consideremos: arrastramos
los días, empujamos el aire hacia los pulmones, respiramos, y lo hacemos aunque no entendamos cómo, por qué, para qué. Pensamos que vivir es
eso, y que darle vueltas a lo obvio es perder el tiempo, brindar al aire y
discutir sobre el sexo de los ángeles.Pero a mí, que me
gusta pasearme en el filo de los cosas sin desvelar, a veces me suceden
encuentros insospechados que cuestionan esa evidencia. Ando sumido en mis cómo y en mis porqués, tratando de recomponer las piezas de un puzle que no siempre
encaja y mis pasos me llevan hasta vidas que uno encuentra en un cementerio.
Esos lugares de experiencias vividas hace tiempo y olvidadas en una lápida cubierta
de mugre. En jardines descuidados y muros que se caen a pedazos. Cada vez se cuida
menos el recuerdo de los muertos; ocupados en lo cotidiano no nos queda tiempo
para lo trascendente. Si es que trascendente es el polvo que se nos escurre
entre los dedos.Ocurre que me gustan
los cementerios en invierno, porque me traen calma, las avenidas vacías y
silenciosas, los nichos flanqueados por cipreses raquíticos, los panteones y
los mausoleos y las esculturas funerarias. Hay todo un mundo simbólico en los
lugares donde guardamos a los que se fueron. Tantas preguntas sobre la memoria,
los esfuerzos, los sudores, los amores, las traiciones, los pesares y las
alegrías. Aquí solo está el sol cuando cae hacia el poniente. No es que no ame
la vida, es que la entiendo desde la sombra cosida a su avatar, la muerte. A veces siento curiosidad por ciertos epitafios,
fechas y nombres, apellidos extraños. Me pregunto, imagino, divago sobre el
polvo que consume esas existencias, esos susurros de hojas arrastradas entre
tumbas cuando está a punto de echarse a llover. Se descubren cosas asombrosas en los cementerios. Que en ellos
habitan moralejas y cuentos que colmarían la imaginación de Sherezade.
Por ejemplo, en el
cementerio de San Miguel, en Málaga. Hay una losa de granito oscuro en tierra,
discreta en realidad, que reza: Jane Bowles, 1917 -1973. NY –Málaga.
Poca gente conoce las vicisitudes de
esta tumba discreta y la de los restos que bajo ella descansan, los de la
escritora norteamericana Jane Auer, esposa del compositor y escritor Paul
Bowles. Como si de una novela épica con tintes de final gótico se tratara, la
vida de esta mujer a la que Tenesse Williams llamó el mayor homenaje a la literatura americana del XX está repleta de
amoríos, tragedias, viajes exóticos, literatura, enfermedad y locura. ¿Cómo
llegó a morir esta neoyorquina en un cementerio de Málaga, y cómo pudo su tumba
estar perdida tantos años? De no ser por la labor de gente como Alfredo Taján, Rodolfo
Häsler y tantos devotos de esta mujer y de su obra, nunca habría salido a la
luz su rocambolesca y maravillosa historia.Cuentan los hacedores
de milagros que Jane se enamoró de una mujer bereber con poderes de brujería, y
que eso la hizo desgraciada y feliz. Dicen que su tumba tiene algo de telúrico
y como en otras tumbas célebres, también aquí acuden con sus peticiones y sus
ofrendas cada año cientos de visitantes.
Pero a mí, que he
caído fascinado en la vida de esta mujer indómita y prisionera de sus
contradicciones –como cualquiera que se entregue al juego total de la vida –,
lo que me asombra, lo que me maravilla es que, como tantas veces ocurre, los
que viven de verdad no son conscientes de que lo hacen: Jane vivió sus amores
con pasión, su escritura con miedos atroces, sus problemas familiares con tortuosidad. Viajó por todo el
mundo y se enamoró de Tánger cuando Tánger era el sueño de la libertad, fue
amiga de sus amigos, pintores, escritores, aventureros, bebió en exceso, usó
demasiado la ironía, fue generosa hasta límites absurdos, incapaz para lo
cotidiano, caprichosa y quebradiza, insegura y valerosa, rebelde y tímida,
sintió los latigazos de la enfermedad, las dudas existenciales, la tristeza de
ser, por encima de cualquier otra, ella misma. Y pensó hasta el último día, cuando se apagó,
que vivir así era lo normal. Beber del cáliz hasta la última gota.¿Acaso no lo es?Quién sabe cuántas
otras historias me esperan en otros tantos cementerios, antes de contar la
propia.
Y no se preocupen; mi
epitafio lo dejará una hoja seca.
Me calma pasear por un cementerio, quizá porque la primera visita de la muerte la recibí cuando aún no podía entenderla y busqué consuelo (y lo encontré) en subir cada tarde con la bici. Fue un tiempo de preguntas y dolor, pero también de hallazgos. Cuando fui capaz de separarme de la tumba que me atraía como un imán descubrí otras, antiguas, a las que nadie llevaba ya flores. Pensaba que allí también se habían quedado enterradas historias que se olvidarían para siempre.
ResponderEliminarEn las recientes, descubrí también quienes se habían ido demasiado pronto y quienes habían cumplido con el plan vital por las visitas que recibían. O más bien porque a algunas solo iban una vez al año.
Dejé de ir cuando entendí que, aunque alguien importante se vaya, tú estás aquí y tienes que seguir adelante, pero vuelvo a veces. Porque sí. Sigo imaginando. Y los prefiero en invierno, en verano los recuerdos duelen más.
Celebramos la vida como un privilegio, y así lo entiendo. Pero hay cosas en el silencio, detrás de esas tapias, que me hablan mejor que las palabras y los recuerdos. Y de paso, descubrir a una escritora como Jane, imaginar una novela con su vida....
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