sábado, 27 de diciembre de 2014

Balances y otras tonterías


Inventamos los ciclos para poder cerrarlos. Un año, doce meses. Ponemos ese límite, tan arbitrario como podría serlo cualquier otro, para confiarnos a la ficción de que es posible volver a empezar, una especie de renacimiento que se da cada 01 de Enero. Debe ser algo psicológico el creer que nos acostamos el 31 siendo unos y despertamos el 01 siendo otros (eso quien se acuesta). Pocas veces, sin embargo, sucede esa metamorfosis milagrosa. Los cambios, como todo, hay que trabajarlos. Uno puede pasar media vida para descubrir quién es y la otra mitad tratando de pulir aristas sin lograrlo.
Previo a este exorcismo de Año Nuevo está el obligado balance. Dejar atrás lo que fuimos para construir lo que seremos, como si pudiéramos mudarnos de piel con la sola voluntad. Nos arrodillamos en nuestro templo privado y nosotros somos el pecador, el confesor y la penitencia. Aunque  dudo yo mucho que ciertos cocodrilos con acta sean capaces de mirar atrás porque en el reflejo del plasma no se ven la cola. Solo los dientes amarillos y las moscas que les comen las legañas.
Podríamos escribir un millón de listas, y de todo tipo: nuestras efemérides anuales, nuestros logros y nuestros fracasos, los libros leídos, los libros preferidos, los libros detestados, las películas. A quién hemos conocido, qué viajes hemos hecho, qué amigos hemos perdido, cuantas veces hemos hecho el amor, cuantas nos hemos quedado con las ganas. Cuánto nos queda de hipoteca, cuanto del préstamo del coche, cuanto de cobrar el paro, cuanto de legislatura, cuantos euros en la cartilla del banco, cuanto de condena en la cárcel, cuánto hemos defraudado, en qué paraísos fiscales vivimos, cuantos goles nos han metido, cuantos hemos colado. A qué conciertos hemos ido, a qué obras de teatro, a cuantas exposiciones...Y así, hasta el infinito. Ahora que sabemos que el infinito solo es una parte del Todo.
Y seguramente, ninguna de esas listas explicaría lo que hemos sido, una vez más: imposibilidades. En los balances anuales nunca decimos lo que somos; decimos lo que hemos hecho, lo que nos ha sucedido, anecdotarios que, si se piensa, solo vienen a sumar momentos al carro de nuestra existencia. Ese carro que empujamos -a veces cuesta abajo y otras cuesta arriba -día tras día. Unos con más salero que otros, eso es cierto.
No sé yo si el mundo es hoy mejor que mañana, si debo creer que todo cuanto abarcó el 2014 cabrá en esos refritos de las televisiones. Espero que no. Hablarán de guerras, terroristas, petróleo, macro economía, corrupciones, abdicaciones, muertos célebres y sondas espaciales...Pero  ninguno de esos programas hablará de lo que nosotros somos, de ti y de mí, juntos y por separado. Pasarán por encima de los niños que han nacido en muros y desiertos cuyo camino empieza ahora como si fuera a ninguna parte, nada dirán de los ancianos que aún se resisten a dejarnos y que miran con aire socarrón el sol en poniente, mientras apuran su último pitillo en una silla de arpillera. No hablarán los noticiarios de los exploradores anónimos, esos nómadas que buscan la luz en cualquier parte con una sonrisa de vela, de los poetas sin vicios en los versos, de los pintores que no tienen ojos de piedra, de los escritores que viven en las palabras, de los músicos que se escuchan en bóvedas del metro; ni hablar de los jóvenes Romeos y Julietas que encontrarán el amor de su vida y lo perderán a la semana para proclamar su desdicha en las redes. 
Ningún programa me enseñará una lobera donde se amamantan cachorros, una ballena surcando los océanos, un ave que vuelve otra vez a anidar en un campanario de Cáceres. Ese camino que antes era sendero y ahora es cemento, esa fuente con el caño seco, ese manzano talado, esa grieta en la casa de la infancia. Esos aviones de plata que viajan en la letra de las canciones, y tampoco contarán las gotas de lluvia, ni las hojas muertas, ni los abrazos de madrugada, ni los pies entrelazados bajo las sábanas mientras fuera ulula el viento. No dirán cuanto te quiero cada vez que te miro.
Quizá en el 2015 las vallas serán menos afiladas y Mohamed podrá dar el salto que este año se le negó. Quizá Agustín encuentre trabajo a sus cincuenta y dos años, o puede que al empresario que contrata a Montse se le aparezca San Pablo y decida pagarle las horas extras por encima de esos tres euros, sin abusar de la reforma laboral; a lo mejor Daniel ve cumplido su sueño de tener un apartamento para marchar de casa de sus padres a los treinta y dos años, o puede que Felipe descubra que aunque te publiquen una novela no has triunfado. Quién sabe si habrá algún loco que se arroje al foso de los leones, si habrá un fundido al blanco en las elecciones próximas. Tal vez alguien no espere al turrón próximo para regresar a casa.
Tal vez, incluso yo deje de fumar, aunque no creo en los milagros.
¿Seremos más felices? Bueno, en nuestro haber está el intentarlo. Seremos más sabios? eso ya no depende, me temo, de los años.
En cualquier caso, lo haremos lo mejor posible. Hasta el nuevo punto y aparte; pero eso será si llegamos al próximo horizonte.

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