lunes, 13 de octubre de 2014

El viaje que pasa

Es un señor que habla francés con un fuerte acento (tal vez de un país centroamericano). Viaja frente a mí en esos asientos de a cuatro en el AVE desde Toulouse a Barcelona y está inquieto. No para de moverse, se levanta, abre la maleta, la cierra, se sienta, suspira, me mira, sonríe. Abre las piernas, me impide trabajar con su conversación. Le contesto con educación un poco cansada, ausente. Le cuento que vengo de Toulouse, sí, y que voy a Barcelona. Habla de un hijo suyo que vive en Madrid. Luego se queda medio dormido, con un sombrero panameño en la rodilla, las manos cruzadas en la entrepierna, la camisa abierta deja ver un pecho oscuro con pelambrera blanca. Miro por la ventana, ya estamos en las lagunas que anuncian la proximidad de Perpignan, y se adivinan los Pirineos. El viaje es rápido, como estas semanas en las que recorrí buena parte del Sur de Francia, desde Toulon a Avignon, de la Provenza a la Camarga, el Gers, el Tarn. Y de pronto, vuelvo a casa, sin tiempo para desprender de la retina los momentos que se acumulan, las charlas, las noches paseando, los encuentros, las entrevistas, las risas, las dudas...Como dice el poeta Gabriel Sandoval, miro a este anciano que se remueve en su asiento, dormitando, y pienso que está empezando, quizá, su última vida.
Trato de escribir, pero mi mente ahora solo es mirada. Se escapa por la ventanilla veloz del tren y se pierde en los campos de Francia. Uno no sabe porqué le quieren los desconocidos; a veces por las mismas razones que los desconocidos te odian. Intuyen algo que tú no ves, que está en el reflejo de este rostro cansado pero tranquilo que me devuelve el cristal al trasluz. Puede que seamos más de lo que pensamos de nosotros mismos; también puede que seamos menos de lo que los otros esperan, como dije en la bibliothèque de Pavie, pero en cualquier caso, siempre me sorprendo a mí mismo, como cuando paseando por la noche en Auch, la tierra de D'Artagnan, dejo que las personas que me acompañan se alejen un poco y me regalo un instante frente a la catedral iluminada y veo la luna, redonda y perfecta, asomando al final de un callejón empedrado. Soy feliz y escondo la felicidad. Igual que hice en Villneuve- Avignon, cuando, con mi amigo Tyras nos tomamos un vino en un tonel de una cava ya cerrada. La ciudad para nosotros dos, el silencio de las piedras y los palacios y las confidencias inconfesables sobre lugares perdidos de la infancia.
A veces, mi maleta me observa divertida sin tiempo a deshacerse en una cama de hotel. Son las soledades del viajero, las temibles impresiones de quietud a las que uno debe acostumbrarse. Los libros que me van regalando, las dedicatorias, las notas tomadas precipitadamente en cualquier papel. Las palabras ensayadas en francés que luego, llegado el momento, olvidaré decir. La palabra es emoción, no es tinta, no es rígida, y siempre aparece una mirada entre el público que te pone un nudo en la garganta, un apretón de manos que destroza tu pensamiento para acompañar tantas historias susurradas fugazmente, mientras firmas un libro con el mimo que merece envolver un regalo precioso.
Almorzar a las 11:30 de la mañana no es apetecible cuando te duele la cabeza, pero ves el cariño con el que esas personas que no te conocen han preparado tu llegada, tal vez durante semanas, los carteles en el CE de la Casart con un rostro que es el mío pero que me parece tan extraño como las presentaciones de los supuestos méritos, las celebridades que no siento que me pertenezcan, y luego, el silencio, ese instante en el que las miradas se concentran en mí. Esperan. Dios mío, me digo, todas estas personas...¿Qué puedo yo decirles? Pero hablo, y las palabras fluyen con calma, en mi francés ingenuo e inseguro primero, en el vigor de la lengua de mi madre después, en el de mi universo. Y entonces me olvido de dónde estoy porque estoy en lo que amo. Y soy feliz, y lo escondo, mientras Sylvie reparte libros pletórica y me susurra que no tenga prisa en firmar porque han ido a buscar más libros. Yo sonrío. Nunca tengo prisa para dejar algo de mí en los demás.
Ellos no entienden que soy yo quien disfruta de su compañía, quien trata de entender, como esos chicos del Lycée Rive Gauche de Toulouse, ese barrio duro de verdad, llenos de vida a borbotones, que por momentos, parecen creer que hay algo en mis palabras y en las del pintor Marc Trabys. ¿Cuanto tiempo tarda en pintar uno de sus cuadros? le preguntan...Tres días...y cincuenta años, responde. Me mira, nos sonreímos con un calor inmenso y cómplice. Personas sencillas que hacen cosas extraordinarias, como Yveline, como Sthépanie. Llevar a los chicos a un mundo que existe fuera de las calles, en mis libros y en las pinturas de Marc. En sus corazones jóvenes, rebeldes, pero todavía no revolucionarios. Algún día, les digo, uno de entre vosotros recordará este momento como el instante donde germinó la llama de una nueva vida.
Gabriel. Gabriel Sandoval. El hombre con mirada de niño que se funde en un abrazo de hermanos conmigo en Pechbonnieu. Vengo a hablar de Un millón de Gotas y la lluvia cae a borbotones en el Atelier, como si todo debiera ser perfecto. No puedo mirar a este poeta inmenso a los ojos sin emocionarme, como todos los que allí nos reunimos mientras se oye la tormenta fuera. Carrese l'Ôcean, le digo a Gabriel. Y él me regala una maquinita de música con la Vie en Rose en nombre de todas las personas que allí me esperan.
Vuelve la soledad, el hotel, la ventana abierta mientras llueve y yo fumo, muy de madrugada a oscuras. El libro que me ha regalado Dominique Manotti sobre la mesa, el afiche con mi cara, la libreta abierta. No puedo dormir. Pienso en Lola. Quiero llamarla, pero solo me quedo observando la pantalla oscura del teléfono. Cuantas vidas caben en un hombre, y todas se unen bajo la sombra del insomnio. Tantas voces resonando en la cabeza, cada una con su música.
Discutir de política en el CE de Air France suena extraño, rodeados de jardines verdes y en un complejo fortaleza a los Silicon Valley, parece una indecencia que los pilotos hagan huelga. Pero yo solo estoy aquí para sentarme y firmar libros y salir a fumar preguntándome qué tiene este país que incluso en el corazón del dinosaurio hay un hueco para una mediatèque y para que este "español de sonrisa abierta y literatura feroz" encuentre su sitio.
Luego llega la Isle-Jourdain, las dos damas que me acompañan en coche a una hora de Toulouse y que padecen más que yo cada vez que nos perdemos. Barrios desconocidos, risas cada vez que aparece el mismo sitio, cariño por estas mujeres jubiladas que entregan su tiempo y sus nervios para cuidar de mí. Eso es una benevole, alguien que hace las cosas por amor al arte. No cabe un alfiler, la gente de pie, en las escaleras. Están allí por mi, sí. Pero sobre todo, lo entiendo, están allí por ellas mismas. Es un momento de reencuentro, de risas, de chorizo con higos, de hablar español sin r ni j, de conocer a Alda y prometerme que esta dama italiana será personaje en una próxima novela. Veronique se cuida de mí con cariño, reímos a más no poder en la cena con los amigos, los juegos del lenguaje. Vuelvo feliz, pero lo escondo.
El festival de Toulouse empieza y no hay tiempo para mucho y sin embargo para tanto. Volver a ver a Rafa, conocer a Lorenzo, preocuparse por Carlos.  Les blessures de la guerre. ¿Quién no ha quedado herido en una de ellas, las íntimas, las peores?
Anuncian por megafonía que llegamos a Girona. Bajo la maleta y el anciano despierta. ¿Ya llegamos? me pregunta. No, le digo... a usted aún le queda.
Cambio de tren y recorro los espacios conocidos en el Cercanías. Lola me espera en Sant Celoni. La saludo con la mano. Soy feliz. No lo escondo, mientras me digo que el viaje continua. 

3 comentarios:

  1. Ni me canso de leer con que facilidad describes lo que sientes.Luego dices que escondes los sentimientos.
    Pueste tengo que decir;que una camara de fotos lo pilla todo.
    A ti ,Victor ,Te ha pillado pletórico en cada una de las instantaneas que has compartido. Sólo me queda darte la enhorabuena por todo lo que te está pasando y, te pasará en el futuro.

    Nunca dejes de compartir, pues es todo un placer leerte.

    Besines desde un rinconin de Asturias.

    Belén Sánchez Sánchez.

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  2. Me maravilla la manera que tienes de narrar tus pensamientos, es una delicia leerte, Víctor. Enhorabuena por tus éxitos.

    Y mucha suerte para los venideros.

    Ascensión Reverendo.

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  3. De l'intelligence et de la poésie dans notre monde de brutes. merci...

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