Me he propuesto hacer algunas entradas a contrapelo, con ciertas
palabras que están en uso pero de las que parece desconocerse, en muchos casos,
el significado.
Abres el diccionario y encuentras palabras arrinconadas, que te miran
con timidez, no sea que quieras convertirlas en arcaísmo. Por ejemplo, Decencia. La primera acepción dice: Aseo, compostura y adorno correspondiente a
cada persona o cosa. De modo que el adjetivo, ser decente, tiene que ver
con persona pulida, aseada y adornado, aunque sin lujo. Si de ello dependiera
pues, de la imagen, podríamos pensar que todos nuestros políticos, banqueros,
personajes mediáticos y demás son decentes. El señor Camps , de quien ya no se
habla, por ejemplo, podría decirnos que sus trajes eran necesarios para estar
decente. Lo mismo para el señor Blesa, Rato, etc. Podrían argüir que el uso de
tarjetas opacas que hemos (estamos aún) pagado los contribuyentes con el
rescate bancario era un gasto necesario para mantenerse aseados y adornados
(deberíamos borrar sin lujo). Por la misma regla, el señor eurodiputado Pablo
Iglesias no sería decente. Porque se considera en los círculos del Poder que
las medias barbas y las melenas son propias de los tiempos de las chaquetas de
pana, los contubernios en los sótanos de las bodegas de barrio y las
manifestaciones con mocasines en los pies y pancartas pintadas a mano en una
sábana robada a la abuela. Demodé, kich, de mal gusto, vamos.
La segunda acepción dice así: Recato,
honestidad, modestia. Y aquí es donde se funden los plomos. Para empezar
habría que rescatar esas otras palabras, recato, honestidad y modestia, para grabarlas en las fachadas de los
ayuntamientos, y en todos los edificios públicos al estilo de la trilogía
francesa mundialmente conocida. Ser
recatado, comedido, no es algo que se entienda en estas latitudes donde lo que
prima es el atributo, por mis cojones o mis ovarios, porque yo lo digo o porque
yo lo valgo. El exhibicionismo nos pone; no hace falta irse al Congreso de los
Diputados o a un pleno de ayuntamiento o Comunidad Autónoma para ver ese
despliegue de chulería. Cualquier bar, cualquier empresa, cualquier oficina
sirve. Lo de la honestidad llama a risa,
pero no hace gracia. Buscaremos la palabra otro día, en el tomo II del la Real
Academia. El primero solo llega hasta la G (de golfo). De la modestia, qué
decir. Modestos son esos veinte
multimillonarios españoles que según Cáritas acumulan la misma cantidad de
capital que los 11 millones de personas pobres de solemnidad de este país, sí,
esos que desde hace dos años acumulan un beneficio de 1,3 millones de
euros/hora. Por no hablar de nuestros chorizos patrios, tan dados a la modestia de cacerías, coches de lujo,
señoritas de a 1000 euros noche y botellas a cargo de concesiones públicas. Modestos son en definitiva los
aeropuertos que salieron como setas, las estaciones de AVE fantasmas…Tan
modestos como, y estos sí son los fondos para Cultura, Sanidad, Educación.
Modestos son los salarios que nos han situado al nivel de Rumanía, los números
de empleados con condiciones dignas, las cifras de profesores, médicos. Nada
modestas son las excusas de los servidores públicos, el tú más que yo, el usted
no sabe quién soy yo. Modestas las
declaraciones de salva patrias que insultan a la inteligencia mezclando
conceptos, apropiándose de las víctimas del terrorismo para justificar tics e
insidias personales. Modestos, pobres, los argumentos en la Tribuna Pública. Modesta
la democracia cuando se convierte en el paraguas para indeseables, modestos los
recursos de la Justicia para hacer su trabajo. Modestia, de verdad, para entender que este
sistema necesita un cambio radical. Y que ese cambio no vendrá de las siglas,
sino de cada uno de nosotros, de nuestro cambio de pensamiento y de valores.
Y por último, la tercera acepción dice: Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad
de las personas.
Ser decente es por tanto ser digno, justo y equilibrado tanto en lo
que se hace como en lo que se dice. No prometer aquello que se sabe que no se
cumplirá (conforme al estado o calidad de las personas) No cambiar las reglas
del juego a conveniencia, no decir y desdecir, sino cumplir y dar lo acordado.
Decente es quien estrecha la mano, firma un contrato, da su palabra y la
cumple. En la vida pública y en la privada.
Cuanta decencia hay en el mundo
¿no les parece? Yo lo creo. Pero creo también que el ruido de los indecentes hace que
parezca que esta palabra solo sirva para colocarla en un discurso. Leído, por
supuesto.
Volveremos. Lo prometido: La próxima: Honestidad.
Tu n'y vas pas de main morte !! C'est revigorant :))) En France on devrait aussi remplacer égalité et fraternité par décence et honnêteté, ceux-ci entraînant ceux-là...Mais bon trop tard on a déjà fait notre révolution... A bientôt pour "honestidad".
ResponderEliminarAmandine ;)