lunes, 18 de noviembre de 2013

Viejos vicios, nuevas formas

Leo en los Escritos Libertarios de Albert Camus recogidos por la editorial égregores la siguiente afirmación: "Un Gobierno, por definición, carece de Conciencia" Me atrevería a matizar la frase, añadiendo que, en cualquier caso, la única conciencia que tiene cualquier Gobierno es la de alcanzar el poder, conservarlo, y utilizarlo en función de sus propios intereses. ¿Qué intereses son esos? ¿Quién los decide y a quién sirven? Preguntas inquietantes; preguntas necesarias cuando se asiste entre la estupefacción y un estado de rabia creciente a la burda manipulación, día sí y día también no ya solo de la palabra, sino también de la imagen.
Ciertamente, parece claro que la No Conciencia social, ciudadana y aún democrática no es solo una carencia del Gobierno. A fin de cuentas, los profesionales de la Política son un reflejo del desmoronamiento ético, cultural, intelectual de la Sociedad en general. Que la banalización de la verdad es moneda corriente lo sabemos desde hace tiempo, que el individualismo ha roto la cohesión social y cualquier forma de respuesta orquestada y colectiva es una obviedad; que la apariencia se ha impuesto a la certeza, que la forma cuenta más que el fondo es algo tan cotidiano que basta con pasearse por el televisor o los periódicos del día.
La mentira ya ni siquiera tiene la elegancia de una falsa verdad. Ya no importa decir necedades, ni buscar la legitimidad en un discurso que, aunque discutible, pudiera ser respetable. Ministros, alcaldes, Presidentes, Diputados, incluso gentes en otro tiempo llamados a ser referentes de Pensamiento alardean bruscamente de su incultura, de su ignorancia, de su mirada obtusa, y como dice la sabiduría Popular: no hay más atrevimiento que el de la Ignorancia.
Tal es que personajes que han alcanzado el Poder por compraventas propias de sus partidos se permiten discursear sobre los derechos de los Trabajadores. Trabajadores que en el mejor de los casos representan unos miles de votos para ellos. Gente para quienes la Democracia acaba donde empieza a sentirse ofendido su ofendido ego, estúpidos sin ningún sentido de la autocrítica y sin una mínima inteligencia emocional (y aún menos formal). En este País de ridículos y esperpénticos personajes, donde los bufones acostumbran a lucir la corona de Lear, han proliferado de tal modo, sin embargo, que incluso para nosotros ya es demasiado.
El aire de este País asfixia, asfixia de estupidez, de maldad, de irracionalidad, de egoísmo y corrupción. La lista crece día a día, y se suman, despropósito tras despropósito todas las siglas, todas las sensibilidades, y todas las calañas.
Volviendo a Camus, para quién la violencia era del todo injustificable, incluso cuando la consideraba necesaria, la revolución era, sin embargo la primera premisa. Y poco antes de morir, en 1960, daba este consejo a los franceses: Dad cuanto podáis a los otros, y si es posible, no deis odio. Últimamente, sobresalto tras sobresalto, me pregunto por qué tanta ignorancia, a qué criterio responde la zafiedad de tantas voces públicas (no solo políticas), y llego a la inquietante conclusión de que lo que buscan quienes gobiernan las bridas del verdadero Poder en centros muy lejanos de nuestros Parlamentos es ese estallido, ese caos que permita desmantelar lo poco que queda de la Social -Democracia bajo el paraguas de la violencia y el pánico. Y como Camus, somos muchos los que creemos que todos los males de este Mundo nacen de la ignorancia.
Deberemos avanzar hacia una visión de la Sociedad cada vez más libre de la tutela de los Estados, de los profesionales de los Nacionalismos (de todo signo) que solo responden a intereses particularísimos. Es imperativo que no cale en nosotros el odio al vecino, al extranjero, al español, al catalán, o al maliense. Tenemos que sacudirnos la perversa creencia de que todo es culpa de los demás. Porque de lo contrario, estaremos perdidos y abocados a nuevas formas de violencia que ya vemos en nuestras calles: el desespero de los que pelean por las sobras, los abandonados en las calles, las masas silenciosas que consienten abusos a cambio de no perder el trabajo, los violentos que brazo en alto reclaman locuras a la altura de sus enfermos cerebros...
Y la única manera de poner esta revolución en marcha es la No violencia, la beligerancia continua, la resistencia y la desobediencia, la crítica sin concesiones, volver al asociacionismo, a la acción directa en los barrios, en los sindicatos, en las escuelas. Tenemos, efectivamente, que dejar de sostener a estos mismos que se han empeñado en nuestra destrucción.
Hay que señalarlos con el dedo. A todos, uno por uno, y expulsarlos de nuestras Vidas.
Y para hacerlo hay que volver a la educación que no enseña a obedecer, sino la que enseña a pensar, a observar y a cuestionar. Nuestros hijos y nuestros nietos serán la Vanguardia que luchará a brazo partido contra esta Dictadura que lentamente pudre la vida Social. Y ellos tendrán que vencer, o no habrá futuro.
Enseña a tu hijo a leer, enséñale a escribir, enséñale a discutir, enséñale a luchar con la palabra y la acción no violenta. Cuéntale cómo un solo hombre paró los tanques en Tiananmen. Muéstrale la televisión y señálale con el dedo las caras de los farsantes para que aprenda a reconocerlos. Llévalo  a Museos, que conozca la música, el arte, la belleza del Mundo.
No dejes que les roben la ilusión de ser Hombres y Mujeres libres.

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