martes, 15 de octubre de 2013

Voilà le Polar II: Toulouse Polar du Sud

Toulouse, otra vez, siempre. Sentado en la plaza Capitol veo cómo las fachadas se llenan de luz a las ocho de la mañana, mientras los vendedores ambulantes acaban de montar sus paradas. Esta atmósfera que me recuerda a San Marcos y no sé porqué, hasta que una buena amiga me hace el mismo comentario. Tal vez las palomas, tal vez los edificios...Tal vez la mirada.
En el boulevard de Strasburgo se instala un mercado de frutas. A primera hora todo es jolgorio de colores, de voces y de energía. Camino hacia el metro en Juana de Arco y me dejo acompañar por esas voces casi españolas, que gritan nombres de frutas que debería aprender pero que se me olvidan pronto.
El metro de Toulouse tiene algo de ciencia ficción. Son pequeños y no llevan conductor. Los túneles están iluminados y una voz metálica me va acercando en occitano y en francés a Basso- Cambo. La periferia de Toulouse, una periferia urbana, obrera, de edificios altos, colmenas idénticas unas a otras entre nudos de autopistas. El lugar ideal donde la cultura se convierte en bandera y la librería Renaissance en campo de batalla contra esa grisura de la resignación. Será por algo que los chapiteaux del festival se levantan poco a poco en la sede del Partido Comunista.
Llegar antes de que empiece la función a un escenario en pleno montaje tiene su qué: prisas, voluntarios (sin ellos este festival no existiría), Roselline de aquí para allá... Es como andar en medio de tramoyistas con la percepción de que estás estorbando. Apenas unas horas después, las entretelas quedarán escondidas y el vértigo de personas y la sucesión de presentaciones, firmas, entrevistas será definitivo. Más tarde, todavía habré de ver cómo este maravilloso espejismo se desvanece con la misma celeridad, cuando acabe el festival.
Toulouse tiene vocación de salir fuera de sus muros, así que el festival se disemina por toda la ciudad con multitud de actividades. A mí me toca una parte, la más emocionante: las charlas y los encuentros en Institutos de la periferia, los encuentros con los bibliotecarios, la mediathèque de Fronton.
He aprendido a descubrir mi propia memoria gracias a estos viajes. A escuchar a los demás, hasta comprender que no somos raíces en el agua, que la memoria es la tierra que necesitamos para enraizar. Y en esa memoria, la patria son las canciones de nuestra madre en la cocina, los silencios melancólicos de nuestros padres, la beligerancia de nuestros abuelos...Para eso escribo, me digo al pensar ahora en Gabriel, el hombre excepcional que me hizo de traductor en Fronton: para la emoción, para que cuando nuestras lágrimas broten sea por la tristeza, sí, pero también por el reencuentro de todos nosotros.
Recordaré mucho tiempo esta noche. Mucho.
Como recordaré a las personas que acompañan el Festival, voluntarias, entusiastas, siempre dispuestas a convertir cada hora en algo que perdure. Y por encima, como una suave presencia, Claude, sus canciones, sus chistes, y esa mirada que cuando te mira de frente te taladra. Mientras le escucho hablar con Sepúlveda o con otros escritores, soy consciente del privilegio que me ha sido regalado y fuerzo a mi cerebro a trabajar más rápido con mi francés.
Me quedarán los chicos y chicas de Les Arènes y del Lycée Rive Gauche, el increíble trabajo de Yveline con su alumnos, el modo de afilar sus inteligencias, sus dudas y su pasión por la lectura. Preguntas que me interpelan, y que me hacen ser optimista con nuestro futuro común.
Me quedarán para el secreto las noches, el paseo junto al Garona, las luces de Toulouse, los pensamientos, las brisas de una ciudad que, después de todo, es también un poco el Sur. Ese Sur que todos soñamos o inventamos, el Sur que apunta hacia el calor, la vida, el mar.
Disfrutar con lo que se hace, estrechar manos y besar mejillas con afecto sincero. Saber que camino sobre el alambre de un sueño y hacerlo sin miedo a caer.
Y cuando al volver al boulevard Strasbourg, veo a los tenderos tirando la fruta en mal estado y a los Sin Domicilio Fijo peleándose con las palomas por esos restos, no pienso que la miseria sea algo extraño o propio de mi ciudad. No, como todas las ciudades, también Toulouse pasa del rose al noir al doblar una esquina, en cualquier portal, donde una chica nigeriana se me acerca y me invita a "fumar la pipa" y a cambio de mi "no" acepta una sonrisa.  
Veo pasar el destello azul de un coche de policía junto al canal de Midi, nosotros escribimos. La noche vive, las sombras se remueven. Todo es verdad y todo es mentira.
Me encanta, definitivamente esta ciudad. Tanto, que estoy pensando traerme aquí el mar.
A bientot, mis queridos amigos, poetas, escritores, amantes, amadas y amados, hasta pronto el baile, y los libros, y los platos compartidos con vosotros en vuestra casa.
Y que siga retronando esa música, casi ya patrimonio de unos pocos soñadores, pero que hoy cobran más fuerza que nunca: De pie, cantad.
 

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