viernes, 25 de enero de 2013

Un día vendrás

Hacía mucho tiempo que no la veía y mientras se iban sucediendo las estaciones de tren y los apeaderos trataba de recordar cómo era en mi memoria y  superponía esa imagen con esta fotografía en mi teléfono móvil. Intentaba escuchar su voz, la que me acompañó durante tanto tiempo, y reconocerla en su llamada grabada. No lo conseguí. Las nuevas tecnologías son crueles con la imaginación.
Me esperaba en un café que antes (¿cuando?) tenía otro nombre, otro toldo más astroso, otro mobiliario y otros camareros. También nosotros éramos otros, o los mismos todavía sin saberlo. Nos besamos en la mejilla con precipitación, queriendo cerrar muy deprisa ese abismo que enseguida se abrió entre nuestras miradas de desconocidos. Vi en sus pupilas  diletantes lo mismo que ella debía ver en las mías. una desazón que ambos hubiéramos preferido evitar.
Charlamos, en realidad charló ella, y eso me hizo sonreír. Al menos algunas cosas perduran, también la necesidad de amontonar palabras una encima de la otra para no decir nada. Los lugares comunes de dos adultos que han aprendido a ser civilizados y han perdido aquel punto de fiereza.
 Me cuenta que la vida le va bien, y sonríe con la boca muy abierta (me duelen sus dientes estropeados), y espera que yo le asegure que eso es ser afortunado en estos tiempos. Sé que me miente. He aprendido con mis propias mentiras a reconocer las de los demás.
Empiezo a preguntarme porqué he venido, porqué ha venido ella. Qué necesidad tenemos de borrar con este presente lo bueno que guardábamos del pasado. No puedo evitar que la mirada se me tropiece entre los pliegues de su blusa, cerca del escote adornado con un collar de bisutería. Sus uñas pintadas pero estropeadas. Su pelo con demasiadas peluquerías baratas a cuestas, sus cigarrillos negros sin boquilla y el encendedor con publicidad de una casa de mantas (siento ganas de preguntarle cómo lo ha conseguido). Pienso que de un momento a otro va a enseñarme la galería de fotografías que construyen su paisaje: hijos, marido, perro, casa...pero no lo hace.
De repente se agota su verborrea, se da cuenta tal vez de que no me estoy defendiendo. Se queda callada un instante, mirando por detrás de mi espalda hacia la boca del metro por donde entra y sale una mesnada de hormigas agitadas. Espera a alguien, me dice que es su marido. Van a ir de compras.
No parece feliz, más bien parece temer mientras espera. Y entonces me mira con una fijeza un poco fuera de sitio: Antes de que él venga quería decírtelo. Me voy a divorciar. Se lo voy a decir hoy.
¿Porqué me lo cuenta? ¿Porqué a mí, después de tantos años sin vernos? Se encoge de hombros, enciende un cigarrillo de los míos y me acaricia la mano. Antes nos lo contábamos todo, me dice. Antes yo te importaba.
Al cabo de un momento aparece un tipo joven con una mochila colgada a la espalda y esa cara que ponen los que viven a la carrera. Ella me lo presenta como su marido, pero la mirada que me ha lanzado él ya ha hecho las presentaciones por si misma. Tú eres Víctor, el escritor. X no para de hablar de ti. Y ella asiente ¿lo ves? me dicen sus manos abiertas y sus dientes tristes. Él me parece un tipo guapo, y eso me parece extraño. Como si las chicas entradas en años y carnes no pudieran querer divorciarse de unos maridos guapos y más jóvenes. Me siento como un auténtico imbécil.
Tienen que irse, dice él estrechándome la mano con una jovialidad innecesaria. "¿Lo ves? Soy un tío sano y vigoroso" X dice que te gusta mucho el mar. Asiento un poco perplejo, yo no recuerdo tantas cosas de ella como ella parece recordar de mí. Bueno, tenemos un apartamento en la playa, un día vendrás a vernos, y así conoces a nuestro hijo.
 Ella me besa en la mejilla, rozando a propósito la comisura de mi boca con una coquetería baldía. Sí, claro. Vendrás.
Los veo alejarse de la mano, perderse entre la gente. Ella ni siquiera se vuelve una sola vez. Me siento en la terraza y observo la colilla de su pitillo manchada de carmín, casi mordida más que chupada. Es raro saber algo que está a punto de pasar y que nadie más, excepto ella, sabe. El tipo guapo ni siquiera sospecha que hoy su vida va a cambiar, y me pregunto qué clase de azares me hacen a mí testigo de algo así.
Cinco minutos después suena mi móvil. Un Wsp con el rostro de ella: No me hagas caso. Estoy loca.
Pido un café. Luce un sol estupendo que me hace entornar los ojos como un gato y ronronear. Un sol de invierno que se agradece. La vida sigue, siempre sigue, incluso fuera de las novelas.

2 comentarios:

  1. Está loca o es un tanto cruel. Juega con uno y con otro. Mujer fatal?
    Me ha gustado mucho. Por un momento me he visto sentada en la mesa d al lado escuchándola a ella y a tus pensamientos!
    Raquel

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  2. Yo más bien la imagino como esas personas que necesitan inventar vidas para escapar de la propia. No quieren huir, solo necesitan saber que pueden hacerlo. Y en su ficción crean puentes que son personas de las que se valen para cruzar de un mundo a otro. Me gusta esa idea de testigo invisible, ahí, viéndonos, Raquel.

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