
Sí, sin artificios. Tienes razón. Pero ¿cómo explicarte que desnudarme de las palabras es despellejarme? Estamos unidos como un mal necesario e inevitable. Hasta cuando estoy callado me dices que te hablo con los ojos.
De qué sirven ahora tantas palabras, y este sol que me hace entrecerrar los párpados. Y el tacto áspero de la madera y las hojas del limonero así, sin coma. Tú no estás. Te has ido, y me has dejado esta mierda de frase rota en medio de un folio mal escrito. Los adioses son descorteses cuando es otro quien mece la jamba y te los ofrece.
Pensé que todo sería oscuro a partir de hoy. Es el efecto de las lecturas mal dobladas. Y casi enfadado conmigo me apresuro a este Sol de la tarde, a los grumos de colores que brillan en el tendedero. Tu ropa sigue aquí, flotando igual que una oriflama. Pero sin tu cuerpo no es nada.
Ahora me he acordado de lo que te quería escribir: hay un petirrojo que se pasea en el precipicio de nuestro muro, aquella vecina loca por fin encontró una boca donde derramarse, el viejo tonel se ha vaciado, por cierto: ya no te quiero. Es mentira, claro. Pero así lo siento.
...y las mentiras habitan los espejismos, pero llevan trajes cosidos por el deseo, las dudas, las nostalgias... y parecen verdad.
ResponderEliminarTe felicito, Víctor.
Si las palabras consiguen, como es el caso, transmitirnos verdades y sentimientos enteros (no por ello menos contradictorios y complejos), que nos obligan a hurgar en nosotros mismos, son literatura de verdad. Pero sí además lo hacen con una prosa limpia, bellamente propia y distinta, entonces es buena literatura.
ResponderEliminarComo comentábamos en otras ocasiones, este texto es alimento para el alma.
Me sumo a las felicitaciones, Víctor.
En alguna parte escribí que uno siempre debe guardar un poco de verdad incluso en las imposturas. Tal es el caso del desamor, literario, ficticio o real. Cosemos con las palabras los rotos de la vida porque no nos queda otra. Gracias Alicia. Gracias Juan.
Eliminar