jueves, 19 de abril de 2012

Un año más: Sant Jordi

Cuando yo era niño (niño escritor) el día de Sant Jordi se despertaba con algo mágico en las calles. Las gitanas de riguroso luto se apostaban desde muy temprano en las esquinas con sus cubos de plástico y sus rosas mustias, y la gente del libro ( no sólo los libreros, ni los editores) montaban sus mesas plegables en la Vía Julia con su senyera y sus montoncitos de libros con sus cartones de precios. En aquel tiempo, Nou Barris no era Barcelona, era "la periferia" la tierra sin nombre de los emigrantes andaluces, extremeños, murcianos, gallegos...Hasta allí nunca llegaba ningún escritor famoso, ni mediático, ni siquiera escritor a secas. Allí sólo había calles sin asfaltar y un acento extraño. Pero en el barrio se vivía con una intensidad propia la fiesta de todos, la verdadera fiesta de la cultura catalana. Por eso nuestras senyeras, nuestros puestos de libros de segunda mano, que con unos colegas, montábamos a la puerta del colegio de San Antonio María Claret para sacarnos unas pesetas. Me emociona todavía acordarme de las cajas con libros que mi madre ya no leía, ponerle el precio "diez pesetas" y el júbilo cuando alguien nos compraba un Vázquez Figueroa, un Montalbán o unos cuadernos atrasados de Cavall Fort.
Al hacerme adolescente (cuando la vida me empujó) y ya soñándome escritor, recuerdo un Sant Jordi en la Rambla. Me gustaba pasear entre los puestos, sentir que aquel día (flores y libros) podía durar para siempre, una sociedad así sería genial, admiraba y envidiaba las largas colas que se formaban delante de los escritores, su forma de firmar, algunos con estilo notarial, otros con más ganas. Esa vez vi firmar a Montalbán. Y me acordé de su libro que yo vendí en mi puestecillo de cachambalero. Pensé en acercarme y decírselo. "Contigo gané diez pesestas" Pero me asustó su importancia, la gente que le rodeaba, su manera imponente de firmar libros nuevos sin leer todavía. No me atrevía a acercarme.
La Vida ha cambiado, Sant Jordi también, y por supuesto yo también.
Hoy soy escritor. Firmo libros. La gente los compra, los lee. Me siento privilegiado cada vez que alguien me pide que le dedique un libro. Lo hago lleno de ilusión, esperando que esa persona recuerde mi cara al leer mis palabras, que le llegue la emoción que siento por dentro al formar parte, pequeña, pero parte, de este día maravilloso. Pero no puedo evitar la tentación de preguntarle a cada persona que se me acerca ¿porqué quieres ver mi mano en un libro que ya, sólo es tuyo? Me gustaría poder alargar ese instante, esa charla, con cada uno de ellos. Ellos, los que me piden que les dedique una novela, no pueden saberlo, claro. Pero siguen teniendo delante a aquel niño que vendía novelas de segunda mano, al mismo adolescente que se intimidó ante la presencia de un mito.
Si eres un niño, y en cualquier parte el día de Sant Jordi vendes un libro mío, aunque yo no esté allí contigo, tienes que saber que cuentas con todo mi cariño.

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