lunes, 1 de agosto de 2011

Una reflexión sobre lo que significa el ÉXITO



He leído una frase que se atribuye a Einstein: "No busques convertirte en un hombre de éxito sino en un hombre de Valor. Lo demás llegará por si mismo" Aún poniendo en sordina la autoría (uno no tiene modo de comprobar si lo dijo o no lo dijo quien se lo atribuye) la frase tiene esa contindencia que me hace pensar.

En el adn de la especie humana está la necesidad de superación, la ambición, la expectativa de alcanzar metas nuevas. Es el motor de nuestra evolución. Ser mejores, conseguir aquello que necesitamos para ser completos.

Existen personas que buscan el éxito contínuamente, y yo he conocido a algunas. Lo primero que me llama la atención de su frenesí es averiguar qué entienden ellos por éxito: para algunos es la notoriedad social, para otros la excelencia en su quehacer, para no pocos la fama y el dinero a espuertas.

En lo que a mí me ocupa, este juego loco de la literatura, hay muchas perspectivas: no es lo mismo el éxito para la editorial que para el autor, ni para el librero o el distribuidor. Ya no hablemos del lector.

Para algunos, vender cinco mi ejemplares en unos pocos meses es un éxito, para otros es una minucia, sostener en la librería un año una novedad es un triunfo, no conseguir que se aguante más de un año es un fracaso.

Y para los escritores...¿Qué es el éxito? ¿Y para mí? Existe un catálogo tremendo de opciones. Personas que escriben con la certeza de que son especiales, extraordinarios y que su voz merece y debe ser escuchada, los hay que esperan pleitesía por su ingenio y su talento, los opinadores de todo, los gurús que esperan ser vistos como el faro de Alejandría, el referente cultural al que mirar cuando se cierne sobre nosotros la oscuridad. Los hay también con un ssentido innato de la oportunidad, saber qué escribir, cómo y cuando para ganar notoriedad, aprovechar una circunstancia personal y ganar el reconocimiento que creen merecer. Los hay por supuesto mercenarios a sueldo, que en la facilidad de palabra han encontrado el medio de vivir sin demasiado esfuerzo, y los hay que aspiran a convertirse en Dawn Brown. Existe el escritor de arrebato, el que necesita verter sus vivencia convencido de que tiene talento y que su vida interesa a los demás. El ególatra que sólo aspira a salir en los medios y a que la gente le reconozca por la calle.

Pero los hay también que simplemente no aspiran al éxito, sino a ser hombres de valor, como dice Einstein. Y lo demás llega sólo. Todos conocemos a personas mediocres, enanos mentales y arribistas que se aupan en un taburete para hacerse valer, en nuestro trabajo y en cualquier otra parte. Pero todos conocemos a esa persona que de su vocación hace su vida, que ama lo que hace y no se cuestiona porqué lo hace o con qué finalidad. Simplemente necesita hacerlo, ser amoroso con su trabajo, cuidar los detalles, disfrutar con ellos. Cuando preguntas a estas personas qué es el éxito, sonríen y te muestran lo que tienen entre manos: el objeto, el libro, como si de una obra de orfebrería delicada se tratara. Es eso, la capacidad de crear, lo que es el ëxito, lograr un atisbo de emoción honesta en lo que viertes, ser un poco de tí en eso que das a los demás.

Luego viene lo otro, y lo agradeces si la vida te sonríe y el lector te reconoce. Y lo sufres si no es así. Pero todo pasa, lo bueno y lo malo, y al final, mientras otros cuentan amigos o ceros en la cuenta, el escritor se sienta a escribir. Y escribe. Sin más.

El éxito para este escritor que os habla es ver a sus amigos de siempre felices cuando te ven feliz, a tu familia soportando el peso de tus temores, es soñar con todo lo que puedo hacer y acaso no logre cumplir. Es charlar durante horas con alguien que no conoces por internet porque lo que tu has escrito siente que lo has escrito para él. Ver un libro tuyo de lado en la mesita de una cafetería, viajar por carreteras de Extremadura con un joven editor soñando juntos un futuro que acaso nunca alcancemos, tomar esa cerveza a la puesta del sol frente a un pantano donde vuelan las cigueñas y pensar: coño, de repente sé que soy feliz!

Algún día, cuando llegue todo lo demás, procuraré no olvidar la frase de Einstein ni este post.

Salud

Victor del Arbol

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