miércoles, 18 de mayo de 2011

Romance de la Luna de Federico García Lorca (III) y final



El Jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya, y cómo canta el árbol. Por el cielo va la luna con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela vela. El aire la está velando.


Y ya se va acabando la noche y se acerca el claro. Ya no queda mucho, apenas unos pedazos de lo que hemos soñado, y aún sigue la Luna ahí, danzando, saltando de lado a lado en brazos del aire, en el soplo del Mundo. Todavía se escucha el silencio, y aún palpitan las cosas de la noche que callan en el día, las que se fingen quietas, muertas, inútiles. He visto mecerse la rama de mi olivo con un baile que solo atiende a su raíces, he visto aullar a un perro ciego, he escuchado caer las gotas del rocío de la hoja al suelo, girando, girando. Me he visto a mí, en mi sombra contra la ventana, y no podía esconderme en ningún sitio. Todavía todo quieto, todavía nada hecho.

Pero ya palpita lo nuevo, ya siento su nervio corriendo a mis venas. Ya se va el poeta con su verso, los gitanos a caballo se pierden a lo lejos. Ya se apaga el fuego de la frágua. Y ya corre ese niño a agarrarse en la falda de su luna, que le susurra, no temas mi niño, sólo me voy para poder volver, a otros horizontes, a otros ojos, a otros versos. Pero mañana vuelvo. Tú espérame.

Y sigue la zumaya cantando, cantando. Y no ahoga su canto mi silencio.

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