En ocasiones me asusto de mis palabras, y sobretodo del eco que llega a otras personas. El eco es una cosa curiosa, no es el sonido originario, no es la palabra viva, sino una reproducción que cuanto más se aleja del punto de partida más se distorsiona. ¿Os suena, verdad? Existe palabras muy hermosas en nuestro idioma para nombrar este fenómeno: chismorreo, cotilleo, manipulación, malinterpretación...Pero también es cierto que lo que tiene de ingenuo el impulso, también lo carga de peligro.
Aprendemos que hay que tener cuidado con lo que se dice, porque la interpretación que otros hacen de nuestras palabras no siempre se corresponde con su sentido primero. Así que, en este punto, tal vez hay quien cree que no importa lo que se dice, ni porqué se dice, sino que importa el mensaje que recibe el receptor.
Si ese mensaje se distorsiona, decimos "No me he explicado bien" "No me has entendido" ( aquí inclinamos la balanza de nuestro lado) Pero y si tu mensaje es diáfano y se vuelve una piedra arrojadiza, y si existen los merodeadores que sólo esperan qué esquina de lo que digas van a doblar para clavártela en la garganta...Bueno, contra la mezquindaz no hay discurso que valga, yo voto por el silencio.
Pero hay que reconocer que a veces la precipitación nos hace ser descuidados, que decimos lo que pensamos o creemos pensar sin reflexionar, y esa inmediatez nos hace cometer errores, a veces trágicos, a veces simples inexactitudes de consecuencias impredecibles. Cuando eso ocurre, no vale el argumento de la precipitación. Tenemos la mente para pensar, el corazón para sentir y la boca, entre otras funciones, para hablar. Y hay que darle un uso sincopado al elemento. De modo que cuando eso ocurre, queda pedir disculpas, ofrecer las matizaciones adecuadas, y reconocer humildemente que no somos, ni seremos infalibles.
Muchas mentiras y muchos bulos se construyen a partir de un malentendido. Muchos odios y rencores podrían evitarse sencillamente aclarando la voz, escocgiendo la palabra adecuada y decirla en el momento justo, de la manera apropiada, a poder ser sin gritar.
Creo que todos aceptamos el error del contrario cuando este es inocente.
Parece una perogrullada, pero si pretendemos cambiar el mundo, tal vez lo primero que deberíamos hacer es, precisamente esto, re -aprender el impagable acto de hablar.
Así aprenderíamos la diferencia entre discutir y debatir, entre enfrentar y confrontar, entre lealtad y fidelidad, entre gritar y exclamar.
Tal vez así, si supiera hablar mejor, no me encontraría tantos sordos en el camino.
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