domingo, 29 de enero de 2012

Me desnudo de piel para abajo, empezando por la cabeza y acabando por los talones. Miro esa ropa arrugada, esa carne que soy yo pero que no es nada sin aire que la inflame como una vela.
Cierro los ojos y los sello con la yema de los dedos para vencer la tentación de abrirlos y no ver nada. Mejor así, creer que mi ceguera es voluntaria.
Necesito silencio para caer en este pozo, hondo, hondo, hondo.
Si escucho tu voz, si oigo tu risa, si me llega esa melodía que trasiegas en la boca con una media sonrisa, no podré hacerlo. No podré irme para volver.
Salto al vacío con la esperanza de que la distancia entre yo y mi caída no sea más que un segundo de duda. en alguna parte debe estar la claridad, pienso. Pero caigo, caigo, caigo. Hasta que me zambullo en un agua fría de cristal y todo mi cuerpo grita aterido. No están tus manos, no están. No aparecieron las alas que me hicieran remontar, no hubo nada, ni nadie, que frenara mi caída. Tú elegiste saltar, me digo, ¿porqué niegas ahora este vacío, esta oscuridad? Me tranquilizo, no se puede morir más de una vez, a no ser que estés vivo. vivir es irse despacio para no llegar. Morir es un abrupto adiós para alcanzarlo todo. Dejo de luchar, el agua oscura me envuelve, y el frío me empieza a calentar. No contengo nada, no soy nada, sólo floto aquí, en este pozo hondo. Me dejo arrastrar como una piedra, me encojo en posición fetal. Las mentiras de mi mente se desenmascaran una tras otra, los espejismos se diluyen, las cosas vanas que llamamos éxitos y fracasos aquí no valen nada. No puedo atraparme en ninguna emboscada, los sueños sse han quedado en mero intento. Fui en pos de la gloria, y la gloria era nada. Busqué el amor y el amor me dobló las esquinas de los años, hizo con mis sentimientos flores de papel que nadie supo, quiso o pudo deshojar. No les dejé llegar a mí; estaba demasiado cerca, demasiado, y me asustaban sus miradas anhelantes, y les asustó mi mirada pedigüeña. Nada quedó de mis años de trabajo, las horas perdidas, por miles, en un reloj, atrapadas en una carretera, en un despertar y dormir inacabable. Ni siquiera las palabras, esas menos que nada, conmovieron un sólo cimiento de las certezas de otros.
Vi morir a todos los hombres, caer sus civilizaciones, destruirse sus sueños estúpidos de grandeza. Se terminaron las guerras, las batallas sangrientas; sólo quedan campos humeantes, oriflamas desgarradas que un viento gris azota, cadáveres que pronto sepultarán las amapolas.
Cesaron los gritos, cesaron las esperanzas de unos pocos, y la resignación de los muchos. Fuimos dioses, eso creímos. Hoy no somos nada. Ya no existimos, yo soy el último de esa locura del Universo que un día llamaron Humanidad.
vi miles de amaneceres que ya no puedo recordar, subí una montaña sin huellas, creí que podría trepar a las nubes, escapar.
Toco el fondo. Ya está, el final. Se me escapan por los poros los versos que aprendí, corren en las burbujas de aire que se me escapan, resuenan como cascabeles a mi alrededor.
No siento tristeza. Nacemos en la oscuridad, morimos en la oscuridad.
Al menos tuve el frenesí de la vida, qué locura tratar de comprender lo incomprensible. Qué pena que dejara escapar tantos momentos preguntando en vez de disfrutar.

Despierto. Estoy aquí, todavía, en mi cama, en mi cuerpo, en mi alma. Ella está en la otra orilla de la almohada. Ajena a mí, creyendo que soy eterno. Vuelo a dormir y envío mi brazo a visitar su cintura. Está cálida, está viva, ¿por cuánto tiempo se quedará? No lo sé. No quiero pensar.

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