lunes, 14 de noviembre de 2011

Los largos adioses


Un día apropiado para los dos. La lluvia nos ha empujado bajo el mismo paraguas, y así tan cerca nuestras miradas, no hay sitio para jugar al escondite de las palabras vanas. Tus ojos almendrados de vetas de barro lo saben. Los míos, oscuros y empozados asienten. No podemos seguir viendo las trenzas de las cometas, fingiendo que no importa a dónde sopla el viento y cómo se enreda. Ya no. Se acabaron los callejones sin salida, los tirabuzones de los aviones que yo veía en la playa de Gavá, preguntándome en el vientre de cuál de aquellos bichos tú te ibas al otro lado del mar. Nos empuja la mañana de lluvia, el ruido de los charcos al pasar las roderas de los coches; todo ha cambiado tanto, que incluso ahora nos molesta que nos salpiquen los zapatos cuando antes corríamos y nos bañabamos desnudos en las aguas de corales sin importarnos quién nos miraba desde los cocotales de la orilla.
Tus gafitas rojas que deraaman arrugas sonríen pero ya no para mí. Sigues siendo Pipilangtung pero te has hecho mayor. Mi pelo mojado todavía reluce y aún nos reímos cuando lo sacudo como un perro, pero ya no es tanto, ni tan negro, encanece. Es hora de subir esas escaleras, de dejar atrás lo que fuimos y aceptar con alegría, sí, pero con un antiguo pesar, en lo que nos hemos convertido. Lo hacemos juntos, como siempre, pero ya no como antes.
Las mesas siempre son demasiado grandes cuando hay que decirse adiós, aquí en este lugar frío, inhóspito, tan poco nuestro, tan desconocido. Yo no pienso mientras escucho la lluvia a través de los paneles japoneses en lo que nos dice un extraño. Sólo pienso en un atardecer en las pirámides de Tikal oyendo el aullido de los monos mientras el sol enrojece el cielo y se oscurecen de verde intenso las copas de la selva, y yo fascinado ,y tú abrazada a mí compartiendo un Ducados. Pienso en una calle de Varanasi, entre los muertos que vuelven al río mientras aquí tú me miras con una mirada que ya no es la de aquella mañana ante la pira funeraria.
Salimos de esa mesa y somos los mismos. Un poco más libres nos decimos, es la vida, seguimos nuestros caminos. Y lo hacemos, nos despedimos. Porque los dos queremos, aunque no los dos lo decidimos. Pero entonces nos tropezamos con las palabras y los anhelos ¿quieres...? sí, quiero...nos reímos, y buscamos un sitio sucio donde comer un bocadillo con la excusa de que la lluvia amaine, pero en realidad sólo porque nos cuesta despedirnos.
Hablamos de lo que fuimos juntos, de lo que somos separados, de lo que creemos que seremos en el futuro con otros a los que amamos. Nos abrimos a las risas como abanicos, y durante un rato olvidamos, que afuera llueve, que ya no hay cometas que desenredar, que lo nuestro, después de una vida, se ha terminado.
En ese beso casto van nuestros deseos de ventura. Al decirnos adiós nos deseamos la felicidad que nos merecemos y que no tuvimos. Y mientras yo me alejo y me giro, y te veo allí diciéndome adiós, sé que lo decimos de corazón. El corazón que ahora llora, sólo un poquito.

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